Jesús de Nazareth, nació como murió: desnudo

Jesús de Nazareth, nació como murió: desnudo,
con las manos vacías, con la doble fragilidad de un niño pobre. Nació en un lugar que ningún padre hubiera querido para su hijo: un pesebre. Fue y sigue siendo un mensajero que no vino para interesarse por los pobres, sino para convertirse él mismo en uno de ellos, experimentando con ellos, y en propia carne viva, la impotencia de los ninguneados, los jodidos y rejodidos de la tierra por la injusticia de los poderosos y la soberbia de los sacerdotes. Todo a la vez. El Maestro de Nazareth anunció un porvenir que no se nos abre, como se ha dicho, por su regreso majestuoso al final de los tiempos como un Pantocrator rebosante de gloria o prepotente mesías de los ejércitos, sino que ya ha llegado como el mesías de los pequeños olvidados, que nos libera del miedo a la muerte al haber sido crucificado como un excomulgado, el que ahora vuelve a ser crucificado con los diariamente crucificados: cada vez que una mujer es violada o asesinada, o que una familia entera es explotada por una multinacional, o aplastada por una gran empresa eléctrica; cada vez que un anciano o joven es desahuciado por la Banca….
Hablo de un Jesús que nos legó su Espíritu, el que nos ayuda por y a través de su fragilidad indestructible y su despojamiento; un Jesús que resucita cada vez que ese destino infame es denunciado y vencido por los nuevos cristos y cristas que se juegan el tipo rescatando vidas el Mediterráneo, por las mujeres que dan la cara en el Sahara, o ante la explotación de la Naturaleza. Esas cristas que reflejan el Espíritu de la Vida, la vida que anuncia Jesús, la propiamente humana, la que posee un alcance infinitamente más grande que la vida biológica.
Vuelvo al silencio.

 

 

Música: el Mesías de Haendel

 

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