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…hay un hilo que nos teje…

Hilos de oro se deshacen al amanecer
nos cubren con su manto dorado
se estrechan hasta el infinito durante el día
para juntarse en el atardecer.

Cada uno de los hilos nos une
a quienes nos sentamos
unidxs por la experiencia del silencio.

y hay un hilo que nos teje
es un hilo invisible
imperecedero
que siempre ha estado ahí
cubierto de musgo
y que de vez en cuando se puede ver
a veces bajo la luna
a veces en la oscuridad de las noches más frías
otras en el reflejo del sol en el mar
y siempre en el vacío

GRACIAS a todas las personas que forman parte de Ipar Haizea.

Ane Fernández

 

 

Circular: Volverse otoño en IparHaizea

 Escribo en otoño. A mis setenta y cinco años vivo esta estación como el atardecer de mi atardecer; también, y sobre todo, de un sentido renacer.

Otoño, primavera interior. Bienvenido seas tú, mi caro otoño, tiempo extraño al tiempo; el que nos lleva a la interior morada de la creación, mientras todo exterior suena a demolición. Todo en otoño es volver a la raíz, al secreto resuello de la hoguera encendida en los adentros…

Ahora es otoño. Todo vegetal, arbusto o árbol, ahora se entierra, se introvierte en el silencio de su inaudible latido. Y el ser humano también se vuelve otoño, testigo de su propia muerte y de su nueva vida. Tal es la lección de la savia sagrada que fertiliza el corazón de  las estaciones. La vida, se repliega en la madre tierra, aguarda en silenciosa espera el brotar perenne de encendida luz y  primavera.

Ahora es otoño; nos toca serlo, y ser otoño, en las circunstancias que vivimos, no es  asunto de  mera climatología. Ahora, la vida, tan hospitalaria y receptiva, se congrega y nos congrega en el fondo de su Fondo. Una estación austera y desprendida como el amarillear de las copas de los chopos, que se desnudan progresivamente de sus hojas. Hora de transformación de la raíz hasta la copa.

Ahora es otoño. La vida ha quedado enterrada, sin el mínimo sudario que cubra su desnudez. Pero su gran fuerza, alojada en las entrañas de la embarrada tierra, latente e incendiaria, alimenta la semilla que hará reventar la propia muerte, y  la falsa conciencia que a modo de fortaleza hemos forjado. Horas de derribo y de limpieza.

Ahora es otoño. Hora de saber des-prenderse  como las hojas y des-aferrarse de los miedos con que los poderosos, apelando a tu inexistente seguridad, te acosan, y  amedrentan. Ante ellos solo cabe la  silenciosa respuesta de quien, aupado en la fuerza de  su fragilidad, mantiene el cuidado de aprender a soltarse del miedo y la amenaza incapaces de derribar tu interior castillo.

Urge saber vivir desposeído, y de esa forma poder afrontar las amenazas de los insaciables fabricantes de mortajas. Urges saber caer. Y saber volar sobre los lomos de los escorpiones. Como las desprendidas  y confiadas hojas. Tal es nuestra fuerza.

Ahora es otoño. Época de aprender la sagrada danza de la reseca hojarasca,  de  saber besar el suelo sin humillarse, de aprender a bailar sobre nuestras propias raíces, tan ajenas al volátil Dios Mercado. Será preciso saber vivir sin nada, o buscar un  rehabilitador que nos adiestre a no endeudarnos con los verdugos que todo lo calculan y cuentan, aunque también ellos tengan sus días contados.

Y conviene aprender a caer y levantarse sin dolor, a desprenderse del anzuelo que desde siglos nos sujeta al sinsentido de la patología de la normalidad. Una transformación de dentro afuera, no al revés. Un cambio de casa, no solo de muebles. Un nuevo modo de sentirse especie humana.

Casi nadie sabe en qué consiste eso de saber caer, pero hoy nos toca aprender los movimientos de bajada. Y nos da  miedo.

Mas el pánico es rentable para la eterna minoría, el miedo paraliza al frágil yo, pero las hojas, confiadas, nos enseñan a desprenderse de su temporal cobijo. Saben de una Unidad no globalizada, comprenden que existe otra conciencia, otro modo de vida, otro modo de ser acorde con las raíces el Ser.

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Circular: fin de vacaciones

Observar el sonido del silencio es comprender, y no sin asombro, el lenguaje sin lengua proferido entre dos tiempos y dos pensamientos, el que se abre paso en la vacua geometría de un cosmos sin costuras. E hincarse de rodillas.

Hoy, una vez más, pude admirar la extensa dimensión del crepúsculo plomizo en Bilbao, con todo el aire golpeando mi frente. Y se me dio el don -no en exclusiva, claro- de poder ver que despertar es constatar las formas que, una a una, como silenciosos copos que en vez de caer, brotaran del silencio de la Unidad, y en lugar de derretirse, deslumbraran las pupilas. De lo vacío mana un tajo de luz, el temblor de ESO que llamamos Dios.

Y de ese modo, poder contemplar la sigilosa experiencia del silencio cuyo sonar va más allá –bastante más allá- del cobre atardecido y sus lenguajes; y más allá de la simple insonoridad. Algo parecido al nacer de un des-nacer, donde el amor se hace Noticia y ternura el Ser.

El ser humano no es –como Heidegger dijo- un pastor del ser. El Ser, más bien, nos pastorea, guiándonos con su cayado los pasos hacia el origen de nuestra misma mismidad. Y así, desde los ojos del cayado, llega un momento en que el caminante presiente que es caminado. Y respirado. Pero de eso que llamamos Dios, de cuya presente impresencia atisbamos tan sólo leves huellas, no sabemos nada más. Porque no se trata de saber: ser es más que comprender.

Mirar a los adentros y poder constatar que en ellos bandea el Océano Pacífico, que la ola es el mar. Por eso hoy la soledad se hizo más fértil. El Origen se pronunció desde sus más lejanos ecos, y aún siento como propio su propio aliento.

Lo sin-nombre aposenta su fe en mi nada, y de esa nada brota mi fe. Confianza desértica, silencio pleno, grieta de luz, tan cierta, tan presente, tan real, que sobra la misma fe, que sobra la misma esperanza. Lo sé. Él contó con mi soledad.

Enorme es La Fuente cuando el ser de la existencia se deja regar por lágrimas sin causa, y los agradecidos brazos se elevan, solos, automáticamente, penetrando los insondables cielos de la ciudad atardecida. Consagrándose como Mundo. La Ausencia, entonces, clama, fulge, brama. Hace su aparición lo que jamás estuvo. Sólo vislumbra el alba quien sabe –y no sin dolor- vislumbrar la noche que se inicia.

Por eso, humildemente puedo afirmar cuán dócil a su reclamo misterioso, la luz atardeció en la quietud de mis escombros, hasta sentir su tacto. Algunos claros azules ultiman el ocaso. Ausencia del yo en la muerte de mi muerte. Desde ahí la Presencia inenarrable.

El Fondo, a veces, sale a la orilla. Y lo hace cuando la mirada limpia de la fragilidad sabe bucear el alma vaciada de su yo. Entonces el Misterio se Seguir leyendo Circular: fin de vacaciones