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El zazen: una metáfora de la creación poética, por Hugo Mujica

Del pino
aprende el lenguaje del pino
y del bambú
aprende el lenguaje del bambú.

Basho

Los niños y los genios saben que no existe el puente,
sólo el agua que se deja atravesar.

René Char

Hay dos posibles maneras, por dar un ejemplo, de estar ante una puesta de sol -ante ella o ante la vida- una es verla, ver la evidencia en sí misma, abrirse al don de lo que está sencillamente dado; la otra, la habitual, es reflejarse en lo que se mira. Una va, se libera; la otra vuelve, se repite, se repliega. En la primera el sol aparece, en la segunda me aparece. Aquella primera contempla, se despliega en la alteridad, la segunda mira, mira pero no ve: se ve.

Tan pronto como las cosas dejan de ser profanadas por la finalidad, dejan de ser un medio hacia otra cosa más, ellas son su ser, las cosas y nosotros también. Para la mirada contemplativa, para el saber del no saberse, para el ver que no mira, las cosas se manifiestan: son. Para la mirada habitual, por el contrario, las cosas no aparecen, no son en su libertad, es decir en su belleza, son su utilidad, son lo que Seguir leyendo El zazen: una metáfora de la creación poética, por Hugo Mujica

Estoy solo cuando dudo de Ti

Adentrarse en el Silencio conlleva afrontar una cierta soledad. Cuando uno se adentra en una cueva profunda, primero salen los murciélagos, se aventan las sombras, y nos sobresaltan, si seguimos, como describe Cervantes en la entrada del Quijote a la Cueva de Montesinos, uno llega a lo profundo y se percata de que una gota de agua cae lentamente sobre un lago en calma, uno se encuentra en la vibración familiar del Silencio.

Quizás todas nuestras huidas, todas nuestras angustias, sean provocadas por el pánico que nos da entrar en lo profundo, en la soledad del hombre, por eso a lo mejor tememos al paso del tiempo, porque nos enfrenta constantemente con este reto de afrontar el contacto con uno mismo.

“No uses a nadie ni a nada para huir de tu soledad”  decía Moratiel, y tantas veces que buscamos fuera una distracción, una felicidad superficial que nos ahorre entrar dentro y mirar de frente nuestro miedo a quedarnos en una cierta soledad. Pero eso nos hace esclavos, dependientes, y probablemente lo seríamos gustosos si no fuera por el dolor que conlleva, por la asfixia, si no fuera porque la vida, incluso a nuestro pesar, nos impulsa hacia esa dicha plena que nos corresponde como heredad, por nada, sin hacer nada por merecerla.

El amor no hay que merecerlo, probablemente si percibiéramos que somos amados, podríamos entrar con confianza. Dice Christian Bobin que cuando uno ha sido amado verdaderamente, “mirado” verdaderamente, aunque sólo haya sido una vez en la vida “es como si se te hubiera dado un alimento… que te basta. Te basta incluso si no es renovado, incluso si no te es dado nuevamente, incluso si no sabes bien en que consiste. Es suficiente quizás haber recibido esto y no dudar de aquello que te ha sido dado, no dejar que se pose la duda sobre ello. Es bueno dejar el resto de la vida en un gran estremecimiento, en una fiebre, en una inquietud – que es buena, siempre que no se dude sobre ese pequeño punto en el que se sostiene.”

“Todo el misterio del Silencio es que nos pone en contacto con nosotros mismos.”
J.F. Moratiel

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José, compañero

(Dedicado al poeta Marcos Ana y a mi amiga la poeta Lou(rdes) Barrera)

“Dios –dijo Saramago- es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”. Una definición- según el teólogo Juan José Tamayo- más propia de un místico que de un ateo. Se trata de una de las más bellas definiciones de Dios.

Mi amiga Lou, emocionada, me trae al recuerdo las palabras que Saramago, con quien ella tuvo relación, dedicó al gran poeta Marcos Ana:

«Es la solidaridad convertida en instinto, la dignidad como la pura esencia de la libertad en su sentido más profundo, la posibilidad real de acceder a la esfera de lo verdaderamente humano..» Como tú, José. Como Rafa, mi amigo.

Le recuerdo –añade Lou- en el paraninfo de Deusto: » Espero –dijo el Nóbel- ser merecedor de la atención que me prestáis…».

Miraba noble, -añade Lou- emanaba verdad. No creía en Dios y lo reflejaba. Al igual que Neruda «venía triste de ver un mundo que no cambia». Toda su obra humana y literaria fue un ansia de Seguir leyendo José, compañero