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MÁS ALLÁ DE LAS ESTACIONES, MÁS ALLÁ DEL TIEMPO

Escribo en otoño. A mis setenta y siete años vivo esta estación como el atardecer de mi atardecer; también, y sobre todo, de un sentido y prodigioso renacer.

Otoño, primavera interior. Bienvenido seas tú, mi caro otoño, tiempo extraño al tiempo; el que nos lleva a la interior morada de la creación, mientras todo exterior suena a demolición. Todo en otoño es volver a la raíz, al secreto resuello de la hoguera encendida en los adentros…

Ahora es otoño. Todo vegetal, arbusto o árbol, ahora se entierra, se introvierte en el silencio de su inaudible latido. Y el ser humano también se vuelve otoño, testigo de su propia muerte y de su nueva vida. Tal es la lección de la savia sagrada que fertiliza el corazón de las estaciones. La vida, se repliega en la madre tierra, aguarda en silenciosa espera el brotar perenne de encendida luz e incesante primavera.

Ahora es –somos y soy- otoño; nos toca serlo, y ser otoño, en las circunstancias que vivimos, no es asunto de mera climatología. Ahora, la vida, tan hospitalaria y receptiva, se congrega y nos congrega en el fondo de su Fondo. Una estación austera y desprendida como el amarillear de las copas de los chopos, que se desnudan progresivamente de sus hojas. Hora de transformación de la raíz hasta la copa.

Ahora es otoño. La vida ha quedado enterrada, sin el mínimo sudario que cubra su desnudez. Pero su gran fuerza, alojada en las entrañas de la embarrada tierra, latente e incendiaria, alimenta la semilla que hará reventar la propia muerte, y la falsa conciencia que a modo de fortaleza hemos forjado. Horas de derribo y de limpieza.

Ahora es otoño. Hora de saber des-prenderse como las hojas y des-aferrarse de los miedos con que los poderosos, apelando a tu inexistente seguridad, te acosan, y amedrentan. Ante ellos solo cabe la silenciosa respuesta de quien, aupado en la fuerza de su fragilidad, mantiene el cuidado de aprender a soltarse del miedo y la amenaza incapaces de derribar tu interior castillo.
Urge aprender a vivir desposeído, y, de esa forma, poder afrontar las amenazas de los insaciables fabricantes de mortajas. Urge saber caer. Y saber volar sobre los lomos de los escorpiones. Como las desprendidas y confiadas hojas otoñales.

Ahora es otoño. Época de aprender la sagrada danza de la reseca hojarasca, de saber besar el suelo sin humillarse, de aprender a bailar sobre nuestras propias raíces, tan ajenas al volátil Dios Mercado. Será preciso saber vivir sin nada, con el culo gloriosamente al aire, como gusta decir -y practicar- a mi amiga la gran terapeuta Marta Díaz Molina….Será preciso, digo, buscar un rehabilitador que nos adiestre a no endeudarnos con los verdugos que todo lo calculan y cuentan, aunque también ellos tengan sus días contados. Tal es nuestra fuerza. nutriente fuerza que mana de la Fuente de la Vida, más allá de las estaciones.

Acceder a la totalidad

Acceder a la Totalidad supone aproximarse al límite de la visión ordinaria, o mejor aún: saber estar solo –que no aislado- para traspasar la cotidiana ceguera rutinaria. También para acceder a Globalidad allende el tiempo No podremos percibir lo realmente nuevo de no reconstruirlo recreándolo mediante una visión que es re-visión. El poeta lo hará con el fuego de su sentir en las palabras, el pintor mediante la antorcha de su imaginación, el místico haciéndose silenciosamente vacío…

Y el esplendor de la nueva conciencia, guarecida hasta ahora en la honda noche, incendiará nuestro mundo alumbrando otro más nuevo.

Arrancar del silencio la verdadera palabra que indaga en lo indecible; eso persigue, ve, vive y transfiere el artista de la vida cuando en su conciencia desnuda florece una visión nueva. Y el arte de vivir se activa como creatividad y Epifanía .

El auténtico lenguaje no es el utensilio memo con que diariamente se relacionan los mediocres, sino el receptáculo vacío que pretende ESO sin nombre, que, sin alcanzarlo, intuimos desde poco después de haber nacido, y que Heidegger bautizó como el hogar del ser; guarida donde el suelo es techo y al revés. Morada ajena al orden de los puntos cardinales, vivienda sin tabiques de la que el artista verdadero es su custodio.

Persecución de lo inefable, búsqueda de lo imposible. Porque esa utopía sólo lo es en la conciencia vieja. Y el místico la traspasa. La poesía verdadera es un intento de presión a Dios para que hable. Utopía del poeta verdadero que sabe que su expresión jamás podrá alcanzar la totalidad, ya que el destino de su verbo es lo inalcanzable. Su «intuitio», o conocimiento directo, despunta en la orilla anterior a la palabra, en el aliento del que aflora, y su aguda visión parte de una pre-visión innominable que vuela a la otra ribera de la visión; de ahí que su palabra alada sea frecuentemente un mensaje aparentemente perdido que solo él comprende. Sin embargo, en semejante salto al vacío, el artista se sustenta en una porfiada confianza que es la pasión por la verdad que florece en el instante eterno del presente. Todo ello es la fe del místico, que duda de la duda. Hablo de un proceso creativo, no exento de sufrimiento, que le hace a la vez cumbre y origen, abismo y cielo, donde el presente es Presencia en la honda Ausencia. Trascender la lengua, trocándola en lenguaje trascendido es parte de su oficio. Aproximación a la frontera de lo inenarrable.

Con toda probabilidad, ya digo, el poeta auténtico jamás alcance con su verbo lo inefable; mas, de su pasión por la verdad, lo inefable aflorará en su decir cuando él mismo poeta ya sea sólo gesto y carne transparentes al Ser que en él se trasluce y se clarea.

Y aquí, podemos decir con gran certeza que todo extravío es la excusa de una gran descubrimiento.

Pero, aun bebiendo de las fuentes de esa Nada, el artista de la vida, está en condiciones de confiar en su posibilidad de desmentir la propia nada. Antes de que Abraham existirse yo ya era. Antes del Big-Bang yo ya estaba allí. Y el místico lo sabe, pues es el esplendor de la Nada el pan que le nutre.

Como almas des-nudas de sus nudos, sin huecos en la arena que testifiquen nuestras huellas; hasta que las olas las disipen, tan sólo una caracola enrocada haga quizá de humilde y pétreo testimonio de cuanto he dicho, aunque ni el aire lo delate, ni nadie se dé cuenta. Y de ese modo, limpia uno las puertas de la percepción habitual, y aflora lo real tal como es: infinito. Se trata de limpiar-se. El artista comienza desde la página en blanco que a él mismo blanquea. Y desde ella se abre a la creación, porque ella, la Realidad no deja de crear. Y de asombrar. Es más: ella es la misma creación. El artista vive en ese límite, que sólo en su ancianidad se intensifica, hasta pagarlo (es un decir) con la vida que se apaga. Pero ocurre que él ya se había ejercitado antes en la aventura de morir antes de morir, que es un arte mayor. De ahí que nunca muera.

Veo una piedra solitaria que las mareas arrastraron a la orilla. Permanezco hasta atisbar su in-resistencia. Como almas des-nudas de sus nudos, sin huecos en la arena que testifiquen sus huellas y las nuestras; hasta que las olas las disipen. Tan sólo una caracola enrocada haga quizá de humilde y pétreo testimonio de l que es la transparencia de sólo ser, aunque ni el aire lo delate, ni nadie se dé cuenta. Y de ese modo, se limpian las puertas de la percepción habitual, y aflora lo real tal como es: infinito. Se trata de limpiar-se. El artista comienza desde mucho antes de tomar la página en blanco. Y desde ella se abre a la creación, porque ella, la Realidad, no deja de crear. Y de asombrar. El artista vive en ese límite, que sólo en su ancianidad se intensifica.

RAFAEL REDONDO

EN BÉRRIZ (MEDITACIÓN EN SOLEDAD)


Aventurarse a vivir des-provisto de blindajes. Tenderse, ahora, en invierno, bajo un árbol desabrigado de hojas, a la sombra del follaje de su desnudez, hallando en ella el cobijo del plomizo cielo… Todo eso es para mí un abrirse a la escucha del silencio de fondo de todos los días, de todos los meses, de todas las estaciones, de todas las tempestades y vientos….

Callarse -sin dejarse acallar, porque hasta las piedras braman vida- ante la oración que, hecha silbo en la frontera de los vientos, clama frente al solemne roquedal del monte Amboto. Aventurarse a des-cubrir la vida que pulula en cada piedra, la certeza que anida en toda duda, la potencia que oculta el vulnerable, la arrolladora fuerza que la fragilidad oculta.

La ola es el océano; una fugacidad que en lo eterno es contenida y en lo eterno es cobijada. Brocal de plenitud su aparente soledad.

Un abrirse al Todo se hace posible cuando cada mujer se vive como todas las mujeres, y cada hombre  como todos los hombres cada hombre.

Todo eso me fue dado ver, y no sin zozobra, en mi soledad bajo el desarbolado árbol de Bérriz, un árbol que él solo era ya un bosque; un árbol qué me mostró que un ser humano, cuando se ahueca y se hace Nadie, puede él  mismo ser toda la humanidad.

 

Nadie es respirar todos los vientos,

todas las tempestades;

ser Nadie, es sentir por todos los sentidos;

ser Nadie es vivir la libertad,

que me abre al mundo en esta aurora

al arte de vivir serenamente a la intemperie,

siendo intemperie.

Aceptando el fulgor y la tiniebla que acompañan mi andadura.

Ser Nadie es vibrar con todas las posibles oraciones

que des-cubren el sentido de todas las posibles religiones,

siendo persona con todas la personas.

Y amarte a ti en mí,

como te estoy amando ahora

sintiendo el gran latido de tu abrazo

en este aquí, en este ahora…

Ser Nada Nadie…

¿Por qué hago inalcanzable

lo que sencillamente soy?

 

RAFAEL REDONDO