PARA MI GRAN AMIGO EL MAESTRO ALEJANDRO

Desde muy joven, el gran maestro Dôgen estaba invadido
por una duda que ninguno de los monjes eruditos de la escuela
Tendai de su monasterio podía contestar a su
entera satisfacción: «Si todos los seres poseen ya la naturaleza
búdica, ¿por qué hay que procurar que surja la voluntad hacia
la iluminación y participar en prácticas para alcanzarla?».
Su búsqueda de la respuesta lo llevó al fin a China, al monasterio de Ju-Ching, un maestro de la escuela Ts’ao-tung (o
Soto, en japonés) donde se practicaba con mucha intensidad
la meditación. Una noche, durante una sesión de meditación,
Ju-Ching le gritó al monje que estaba sentado junto a Dôgen:
«¡Cuando estudies bajo la dirección de un maestro debes soltar
el cuerpo y la mente! ¿De qué sirve dormir pesadamente con
la mente fija en un propósito?». Al oír esas palabras, de pronto
Dôgen sintió lo que era soltar el cuerpo y la mente. Su dilema
estaba resuelto. Recibió de Ju-Ching el sello y el manto de
la sucesión del patriarcado de la Escuela Soto y regresó a Japón
para enseñar.
A diferencia de lo que hacían otros peregrinos
budistas que habían viajado a China, Dôgen retornó a Japón
sin llevar nuevos sutras, ritos o imágenes sagradas. Según sus
propias palabras, llegó «con las manos vacías», sin saber nada
más que «los ojos están horizontales y la nariz vertical», aunque «con una pesada carga sobre los hombros».
Dôgen apunta hacia una experiencia que considero crucial:
¡soltar el cuerpo y la mente! Ello lleva al directo acceso al
reino de lo informe, lo no manifestado, el manantial invisible
de todas las cosas, el Ser dentro de todos los seres, que Willigis Jager llamó Padre.
La gran liberación implica la expansión más allá del cuerpo y la superación de la asfixiante conciencia ordinaria. Y, sobre todo, amar a mis semejantes hasta el final, hasta el extremo de aceptar la imposibilidad de servir a dos señores.
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PARA MI GRAN AMIGO EL MAESTRO ALEJANDRO ASHLEY
Quizá alguna noche, ya al linde de la aurora,
seas alcanzado por su voz;
desnuda voz sin voz, sin cántico, sin nada.
Voz, la viva voz, que se esparce en el alba…
Quizá alguna noche, asombrado,
con súbita y extraña fuerza huracanada,
sientas el Evento en carne propia:
que la temida ausencia
se convierte en presencia.
Y que la nada no era sino nada…
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Música: Hedningarna – Dolkaren

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