Esa Profundidad insondable

La Psicología Profunda, bautizó como “ansiedad flotante” a esa antesala de la angustia, sobrevenida por el simple hecho de existir, también llamada “angustia existencial”. Pero la interpretación de este hecho por parte de los altos representantes de la Psiquiatría y la Psicología ha sido y sigue siendo alicorta; una visión chata de la vida, que considera el sufrimiento humano y sus conflictos tan sólo en función de la represión de los instintos sumergidos que laten en el abismo inconsciente del yo.
A excepción de Jung y algunos otros, el resto sigue ignorando que el fenómeno de la angustia también sobreviene en y por el hecho de que negamos la dimensión espiritual de nuestra naturaleza. Efectivamente, reprimimos no sólo lo sumergido, sino también lo emergente. La energía psíquica y espiritual –que yo llamo Fuente de Vida- que anida en el corazón humano, lejos de recluirnos en nosotros mismos, nos impulsa hacia los demás, son fuerzas originalmente transitivas, no ego-centradas, cuya profundidad insondable nos abren a la Bondad y cercanía de eso que llamamos Dios, el Absoluto, o, simplemente Padre.
Sin embargo, el ser humano puede desviar su corazón de su orientación original y elegirse a sí mismo como un Absoluto, como centro del mundo, reduciendo las cosas a la medida de sus deseos, siendo entonces cuando no solamente se cierra a los demás, sino también a su propia profundidad: a esa parte de sí que lo religa al misterio del Ser. Es entonces cuando el corazón se endurece y oscurece como pozo de sombra, igual que está ocurriendo estos tiempos de idolatría de lo banal. Tiempos, sí, de ídolos, tiempos de exilio, donde el ser humano exiliado de sus raíces, y vaciado de su propia sustancia, camina por tierras de penumbra al servicio de ídolos de barro: persiguiendo menos el becerro de oro que el oro del becerro. Persiguiendo vaciedades se ha quedado vaciado. Y esta devastación sumerge al alma –la psicología convencional ignora el alma- en una angustia sin fondo, en esa ansiedad flotante arriba mencionada.
Pero, ante esta incivilizada civilización, existen y coexisten seres humanos como faros fulgurantes que muestran otro rumbo y auguran otro modo de vivir. Estos haces de luz saben vivir y enseñan a vivir lo que es abrirse al huracán despojados de todo lo que les servía de refugio, saben aceptar lo que es perder todas las seguridades, saben admitir el hundimiento del mundo religioso en que vivían, saben de la pobreza del que nada tiene y nada sabe. Saben dejar a Dios ser Dios. Comprueban que eso que llamamos Dios se manifiesta en la ausencia o la distancia y deja al ser humano ser humano. Y comprueban que Dios está más que nunca con ellos cuando les abandona en su noche oscura.
Y también saben y enseñan que al final de su camino, lo que parecía un camino desolador, se torna en puerto privilegiado, donde se experimentan a sí mismos como Unidad, no como aislados fragmentos. Apostaron por la Vida en los tiempos de las horas oscuras, atravesaron su soledad y de ese modo cayeron en la cuenta de que jamás estuvieron solos.
De todo lo dicho extraemos que habiendo nacido para ser conscientes de la globalidad de lo Uno, sufrimos por vivirnos a nosotros mismos como fragmento, lo múltiple. Hemos sacrificado la substancia en aras del accidente, y la apertura sin fronteras en el altar de la contractura del yo separado. Y, alelados como estamos, consideramos que eso es la normalidad, que “eso es lo que hay”. Así claman los resignados cómplices del Ídolo establecido en el establo de las conciencias colectivas. Tal es nuestro drama.

 

R.R.

 

Múisca:  Dances with wolves – John Barry

 

 

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