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Tiempo de Gracia

 

En campos de desdicha
también brotan las rosas.
Mas se trata de perder el tiempo
para verlas crecer
hacia abajo, y muy abajo,
donde nadie jamás mira;
adentro, muy adentro.
Allá donde la umbría
cobija primaveras.
Se trata de perder el tiempo
para recuperarlo allende el tiempo,
allende las desgracias.
Tiempo de gracia.

 

 

Música : Silencio – Juan Antonio Martinez

 

Escuchar la vida que nos vive

En la más profunda arteria del ser humano late una nostalgia: en su inconsciente resuena aún la música callada de su origen olvidado; y la añora, aunque también la rechaza. Esa es su tragedia. Y esa es, también, la razón de que siempre se halle activo, buscando a tientas eso que intuye; eso que le atrae y que a la vez censura. Y así vive –si a eso puede llamarse vida-, extravertido y de espaldas al su Verdadera Naturaleza.
A pesar de esa represión constante, y aunque en su quehacer frenético deambule como un ciego, en su interior palpita el deseo de unirse con aquello –su realidad primera- que le fue expoliado desde apenas nacer. Vive, expatriado desde su más primera infancia, a través de la deformación de una pedagogía instrumental en la que ha sido adiestrado más para competir que para compartir, más para capacitarse que para formarse. Mas para tener que para ser. Y a eso le llaman normalidad, como al capitalismo le llaman economía.
Sin embargo, en medio de su sinsentido, allí, en lo más profundo del corazón de cada hombre y de cada mujer…sigue palpitando una Noticia. La experiencia nos dice que cuando los seres humanos, liberándose de las programaciones colectivas, des-aprendiendo lo aprendido, prestando más atención a su voz interior, no sólo pueden comenzar a encontrar sentido a su existencia, sino también tornarse más solidarios entre sí, gravitar de modo natural los unos hacia los otros y, sobre todo, despertar de su dormidera colectiva.
Los seres conscientes, si de verdad lo son, es debido a que han despertado a la inteligencia y a la compasión innata que vibra en toda la naturaleza. El maestro Zen japonés Yasutani, señala que si observas cuidadosamente la corola de una flor de loto verás que cuando le caen las gotas de lluvia o rocío, sus pequeños cálices se unen. En el mundo de la astrofísica, vemos cómo las estrellas llamadas enanas, que chocan y compiten entre sí, acaban desapareciendo, mientras que aquellas que, a punto de convertirse en polvo, se unen a otras llevadas por la fuerza de la gravedad, logran sobrevivir transformadas en estrellas nuevas. Lo mismo, ya en el campo de la Biología, podríamos decir de las células humanas, cuando vemos cómo aquellas que dejan de reproducirse expansivamente y se colapsan cerrándose y encapsulándose, se tornan en células cancerígenas.
Todo en la Naturaleza busca el despertar a la Unidad. Y si el ser humano, empujado tanto por los patriotismos como por el narcisismo personal y colectivo, se obstina en no liberarse de esas programaciones mentales que saquean el fondo de su ser, acabará desapareciendo como tantas y tantas especies depredadoras desaparecieron antes que él del planeta Tierra.
Cuando las personas despiertan al Ser, caen en la cuenta de que ese montaje que llamamos EGO, tanto el personal como el colectivo, no pasa de ser una alienante estructura ilusoria. Formamos parte de todo el Universo; es más, el despertar consiste en apreciar cómo la inefable anatomía del Cosmos late dentro de nosotros mismos, también en constatar de qué manera todos los seres humanos somos capaces de trascender el cuerpo y la mente comprobando que todo es Uno. El permanecer dormidos a esa verdad es la causa de todos los conflictos mundiales.
Habitar la Tierra implica respirar la vida que en ella nos ha sido dada, para transformarla en aliento del Ser y expresarla en ese soplo; y ello, de tal modo, que a través del vaivén de la respiración nuestra conciencia se vaya constelando en la profunda hondura de una nueva identidad. Se trata de respirar y expresar, el Ser que respiramos, que es el Ser que nos respira, porque el Ser es abrazo unificarte, pura compasión, pura solidaridad, pura conciencia. Tan sólo los que pastan dormidos en una enajenante normalidad se cierran a semejante posibilidad.
Para caer en la cuenta de todo eso estamos en el mundo. Y captar “Eso” es Zen: escuchar la vida que nos vive, como quien espera el cumplimiento del acontecimiento que en el fondo intuye….Porque todo ser humano, aunque no lo sepa, es, en el fondo, portador de una Noticia.
Abrirse a la experiencia del Ser es el cambio más decisivo que puede darse en la existencia , supone tanto un viraje crucial como el comienzo de una transformación. La persona que haya caído en la cuenta de lo que supone ser su verdadero ser comprenderá que toda la naturaleza, incluida la de su propia mente y de su propio cuerpo, se halla impregnada por el Ser que la envuelve. Estar despierto es captar que no sólo es uno quien toma conciencia de la Vida, sino que es la propia Vida la que toma conciencia de sí misma a través de la forma humana que le ha sido dada.
Sí, el Espíritu forma parte de nuestra propia urdimbre, él es la misma trama de nuestras células, el aliento de nuestro aliento que suspira en el tejido de nuestro profundo palpitar.
En Occidente, el Espíritu se ha hecho Za-Zen y a través del Za-Zen se ha hecho cuerpo. El Ser, desde la trama de su propia hondura, él mismo se ha hecho deseo, deseo de la altura, en la misma acción del inspirar.
Por todo eso, la intuición de ser acecha a todo buscador que huye de ese suicidio colectivo llamado sentido común y acaba constatando de qué manera el mismo buscador es capaz de convertirse en lo buscado, adoptando –como señala un famoso koan Zen- el rostro que tú tenías antes de que tus padres nacieran.
¡Con qué belleza tan sentida expresó eso mismo Rilke en su Libro de Horas….!
Vivo mi vida en círculos concéntricos
Que encima de las cosas se dibujan.
El último quizá no lo complete,
Pero quiero intentarlo.
Giro en torno a Dios,
De la torre antiquísima.
Durante miles de años voy girando,
Y todavía no sé: ¿Soy halcón?
¿Soy tormenta? O bien ¿soy un gran cántico?
Para responder a esas preguntas hemos nacido, y, conscientes o no de tal misión, en las alas del Ser volamos, empujados por su soplo.
El Ser nos convoca a escuchar el gran poema que en nuestro fondo late y que todas las personas de algún modo presienten; el Zen atestigua con su ejercicio cotidiano que la experiencia de Ser es más que simple alegría; el Ser es serena dicha. La Realidad es Eso, dicha. Mas cuando aquí se acerca, quien esto escribe se halla ante la imposibilidad de expresar lo indecible. Por eso el Zen se forja y se cumple en el Silencio, él es Silencio; de ahí que, desde esa sinceridad, a la hora de escribir este libro, este autor se vea a veces obligado a acudir a la poesía, el lenguaje más próximo al no-lenguaje.
Es preciso, sin embargo, decir que en el contexto al que me refiero, la misma poesía se queda corta, ya que la expresión poética, si es esencial, procede de un fondo vacío que nada tiene que ver con el pensamiento, ni con la propia palabra que la expresa, porque el poeta ha escuchado con antelación la música oculta en la plenitud de la Nada. Un proceso interior, que es también un primer momento donde el lenguaje aún no ha devenido en lengua. Se trata de una previa escucha que es capaz incluso de escuchar la propia escucha; fondo y fuente de las formas expresivas. Desde esa intuición, el poeta que vive en cada ser humano se anticipa al propio hablar, delatando así el Ser que intuye y que le habita. Estamos preñados de Ser y por el Ser, y nuestra tragedia consiste en buscarlo en las afueras de nuestra interioridad.
El Zen, insisto de nuevo, rompe con el sentido común de la conciencia ordinaria, con el mundo de los conceptos, para habitar y dejarse habitar por el Origen, por lo que no se ve, lo que no existe en la existencia, o mejor aún, lo que jamás ha existido, porque la grandeza de ser no se reduce a la limitación de existir.
ue apenas nombro a Dios, me dices.
¿Acaso puedo yo nombrar la palabra que hablo, la palabra que me habla, la palabra que me nombra, cuando mi aliento es su aliento?
Demasiado Dios, para llamarlo sólo Dios…
Que no soy objetivo, me dices, cuando nombro a Dios. ¿Acaso puedo ver mis propios ojos? ¿Acaso puedo yo alejarme de mi mismo? ¿Acaso puedo dejar de escuchar sus latidos en los míos?
Mi sangre fluye en Dios, mi cuerpo, tembloroso, exuda Dios, mis ojos lloran Dios, y tu rostro trasparece a Dios.
Acabo de nombrar a Dios. Aunque yo sé muy bien que nombrar a Dios también es alejarse de Dios….y alejarse de uno mismo.
Que apenas nombro a Dios, me dices,
cuando veo en la chispa de tus ojos
cómo sostiene el Ser su propia luz.
R.R.
( del libro ZEN, LA EXPERIENCIA DEL SER, Editorial Desclée de Brouwer)

 

Música:  Ayla Schafer – Silent Voices

 

Su Verdadera Naturaleza

Al sufrir ese abandono, asumiste de modo supremo la condición humana en su profundidad última. Llegaste hasta el fondo de eso que se llama Encarnación y hasta el fondo de tu misión. Nadie podrá decir, Jesús, que no has descendido lo bastante para llegar asumir la condición humana en todo su desamparo.

R.R.

En la más profunda arteria del ser humano late una nostalgia: en su inconsciente resuena aún la música callada de su origen olvidado; y la añora, aunque también la rechaza. Esa es su tragedia. Y esa es, también, la razón de que siempre se halle activo, buscando a tientas eso que intuye; eso que le atrae y que a la vez censura. Y así vive –si a eso puede llamarse vida-, extravertido y de espaldas al su Verdadera Naturaleza.

R.R.

Múisca:  Danit – Naturaleza