Tener el coraje

 

Se trata de atravesar el miedo a perder la propia individualidad, la que limita y encapsula el alma en el cilindro corporal percibido como ego. Ello supone un cambio fundamental, una metanoia, una transformación radical que pasa por la ruptura de los viejos sistemas de refugio y protección. Esa metamorfosis exige la muerte del yo, la aniquilación de las formas caducas, siendo ese el precio que la Vida exige para que el ser humano halle su centro y encuentre la luz que fulge en el corazón de la penumbra.
El Ser, en su afán natural de manifestarse en la forma que nos ha sido dada, exige de cada ser humano una disposición a no detenerse en esa vía, sin meta ni llegada, que es el Camino. Y lo deberá hacer sin reservas.
Hallar en la más profunda vena del corazón humano la raíz inextinguible del fondo que late en nuestros latidos, es ya un indicador de que puede admitir el sufrimiento inherente al sendero liberador. «Que sepa sufrir –y no que ya no sufra– es la prueba de que ha alcanzado su centro», afirma Dürckheim, quien añade que «vencer el sufrimiento significa ser capaz de sufrir el dolor. La única forma susceptible de dar fielmente testimonio del Ser en el mundo es este dominio de sí mismo».
En el entorno sociológico de los practicantes de diversos tipos de meditación, puede darse el hecho (como sucede en personas estresadas provenientes del mundo empresarial, o en tantos eruditos practicantes que entienden de lo que no comprenden) de que habiendo paladeado la dulce cercanía del Ser, deseen afincarse en una suerte de luminosa evasión que les garantice la redención de por vida del poder de las sombras. Sin embargo, es precisamente el reino de las brumas el que paradójicamente nos brinda la ocasión de poner constantemente en juego la veracidad del fulgor adquirido en el contacto con lo numinoso. Quien no se arriesga a vivir el Centro desde y en el mismo brocal del cráter del volcán, se aparta del auténtico camino apartándose de la órbita del Ser.
«Tener el coraje –añade Dürckheim– de hacer un arriesgado don de sí mismo es lo que engendra la forma por la que el hombre, con plena conciencia, responsable y libre, mantiene el contacto con su Ser esencial permaneciendo en su centro no de un modo pasajero, sino de forma constante. El hombre (sic) sigue siendo hombre(sic) incluso en su forma más sublime. Si una vez llegado a su Ser esencial, se ve apartado del mundo, es que no ha alcanzado su centro personal. Lo cual exige un ejercicio metódico».

 

Múisca: Franco Battiato – Voglio Vederti Danzare

 

 

 

 

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