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Zen, implacable honestidad

Podrás paladear bellos atardeceres, sentir en tu rostro el lloviznar de inmensas cataratas o exóticos paisajes; te instalaras, si tienes medios, en deslumbrantes casas de campo, o bosques insólitos; o te organizarás en comunidades y comunas para practicar las más elevadas experiencias, como puedes también dejarte  cegar por las fascinantes vidrieras de las deslumbrantes catedrales  de la vieja Europa, como Chartres, Fiburgo y Viena, pero esas vivencias no alcanzarán ni por asomo el estremecimiento que ESO puede provocar al presentarse en tu conciencia.

ESO rebasa y rebosa cualquier emoción humana, de suyo evanescente. El fulgor que a ESO acompaña no es un estado, de suyo evanescente sino un estadio permanente.

ESO eres tú, tu mismidad profunda e inabarcable; tú, lo Otro de ti calando allá en tu más profunda vena. ESO que se deja tocar cuando no lo persigues. Vida y presente en tus adentros y omnipresente en las afueras.

ESO, cáptalo en el silencio haciéndote Silencio. Conocer ESO que llamamos Dios o Ser, o Theos  no es tema de viajar ni de  pico-Theo; ni es cosa de saber-lo, sino de humildemente  ser-lo.

La práctica meditativa, en nuestro caso el Zen es exigente, y puede serlo hasta la extenuación (morir al ego es un asunto serio, no es cosa de aficionados). Exhorta a la dedicación plena. Y ESO, claro, causa escándalo a quienes Seguir leyendo Zen, implacable honestidad

Crisálida

Carta de presentación a la Shanga IparHaizea

Llegué a conocer la Shanga IparHaizea siguiendo la pista de Rafael Redondo, tras leer el que entonces era su último libro: El brotar del asombro. Como los perros de caza, una vez que olisqueas lo que vas buscando, no paras hasta encontrarlo. El aroma de ese libro era el del corazón, el de mi propio corazón, por eso emprendí esa búsqueda. En IparHaizea fuísteis tan amables de ponerme en contacto con Rafael y le escribí una carta. Desde entonces tengo la enorme suerte de no haber perdido el contacto con él, ni tampoco con vosotrxs. Recibo los correos informando de vuestras actividades, y si no fuera porque en este camino, la aceptación de lo que es, es la mejor de las compañeras, diría que os tengo una sana envidia por la suerte que tenéis de contar con Rafael, tan cerquita (yo vivo en Sevilla), y de haber creado entre todos ese espacio que, aún sin haberlo vivido, sé que es un espacio de amor y de maduración.

Lllevo unos 15 años (ya voy perdiendo la cuenta) practicando meditación. Mi camino no tiene forma alguna, porque es el Silencio, el Silencio del corazón.  Entré en él de la mano de un maestro, J.F. Mortiel, después él se convirtió en gaviota y se fue volando en un atardecer malagueño, y yo seguí caminando sola, adentrándome donde él me había indicado, en mi propio pozo, en mi propio corazón. Él decía que en el Silencio, en la práctica de meditación, no había que introducir nada, sabiendo de nuestro afán de hacer, sino dejar que sugiera, aguzar el oído para escuchar el susurro de lo que somos, y nos decía que ahí podríamos oír incluso la armonía del cosmos, porque todo está en nuestro corazón. He compartido la práctica con escuelas de zen, con prácticas de budismo tibetano también, sintiéndome como en casa en todas ellas, pero siempre vuelvo a la quietud silenciosa, a la espaciosidad del Silencio desnudo, que fue donde «me crié», que es mi patria sin fronteras.

No tengo aquí la suerte de contar con un espacio como el vuestro, aunque sí comparto con vosotros la fortuna y el agradecimiento de escuchar a Rafael. Escucharlo es recibir la vida, mirarse en un espejo claro y límpido que nos permite vernos. Por eso empecé a enviar algún escrito, porque me sentía cerca de vosotrxs, aunque no haya pisado aún el zendo. Dice Nisargadatta que Seguir leyendo Crisálida

Meditación, el camino de la transformación, por Beatriz Gonzalez

Corren tiempos difíciles, caóticos… todos los sistemas (político, económico, religioso, educacional…) que soportaban nuestra sociedad están comenzando su final. Esto es algo que tenía que llegar, pues lo que el hombre ha creado y diseñado hasta ahora está destinado a fracasar. Y no porque el hombre no sea lo suficientemente competente, sino por el estado de conciencia desde el que todos estos sistemas han sido creados. Comparto lo que el gran maestro Krishnamurti siempre decía: la crisis no es exterior, sino interior. El estado en el que el mundo se encuentra es un fiel reflejo del estado interior de los seres humanos.

A lo largo de millones de años hemos aprendido a caminar erguidos, a fabricar herramientas, a comunicarnos primero con gestos y sonidos guturales y más tarde con palabras y expresiones más complejas… Sabemos sumar, multiplicar, cambiar una bombilla, diseñar y construir un cohete con el que llegar a la Luna… Hemos aprendido tantas cosas… Y en cambio, aún no hemos aprendido el AMOR . Por eso, el mundo está como está. Pero a pesar de todo, no debemos asustarnos. No debemos sentir miedo sino que tenemos que entender que todo es perfecto tal y como es. Porque, si la oscuridad no existiera, ¿cómo sé entonces que la luz es luz? ¿Cómo puedo apreciar, sentir verdaderamente la LUZ si nunca he sentido la OSCURIDAD?

Y cuando llega la oscuridad, cuando llega la crisis, ¿qué debo hacer? ¿Cómo puedo afrontarla?

Cuando me encuentro en una situación de vida en la que no quiero estar porque me hace sentir dolor, ansiedad, desesperación, tristeza…, sentimientos que me han enseñado a clasificar como “negativos” y que rechazo, que me niego a sentirlos, debo recordar que Seguir leyendo Meditación, el camino de la transformación, por Beatriz Gonzalez