Siempre es Navidad

 

En la maravillosa película «Tierras de penumbra», Anthony Hopkins, que encarna a un maduro profesor de Oxford, declara en una conferencia: «No creo que Dios quiera exactamente que seamos felices, quiere que seamos capaces de amar y ser amados. Quiere que maduremos. Porque Dios nos ama, nos concede el don de sufrir. El dolor es un megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos….» «…Porque somos como bloques de piedra a partir de los cuales el escultor, poco a poco va formando la figura humana……»

 

No deja de ser una solemne contradicción celebremos tan superficialmente el Nacimiento de alguien que proclamó a los cuatro vientos que sólo quienes se atrevan a desprenderse de las ligaduras del mercado, del prestigio y del poder; a desnudarse de lo innecesario y a vaciarse de lo superficial, hallarán la liberación que los capacita para el único doctorado importante: el de poder amar y ser amados. Que pasen estas fechas sin tan siquiera caer mínimamente en la cuenta de la ataduras cotidianas que nos esclavizan, es no querer salir del mundo de la depresión, de la nostalgia y del sinsentido, de la angustia.

 

El drama de nuestra civilización radica en que tenemos grandes medios, pero ignoramos los fines. O dicho en términos navideños: tenemos los camellos, pero nos falta la estrella. La raíz de nuestro sufrimiento consiste en que, programados para hallar la felicidad de la Navidad en el exterior, y en siete días de fiesta, hemos olvidado que el verdadero Nacimiento, es eso, un re-nacimiento, una posibilidad de renacer, de trasnformarse, que surge de la revolución interior, esa que nos permite descubrir nuestro verdadero origen, nuestra verdadera naturaleza y que nos impele a pensar, sentir y actuar de un modo radicalmente distinto de la forma infantil del nostálgico y evasivo Peter Pan. Solo de ese modo la verdadera Noche Buena podrá repetirse durante los trescientos sesenta y cinco días del año. Lo peligroso para algunos es que toda transformación interior lleva a otra exterior. Y ello produce miedo.

 

El mensaje de Navidad no lo captan los que han elegido el camino de seguir por siempre dormidos, quienes no quieren dar el salto a la profundidad para allí poder captar que en existe una realidad fuera del espacio, del tiempo y de las religiones, sino los desprovistos, los ligeros de equipaje, los que saben vaciarse de lo vacuo, los libres, los – y lamento que esa palabra siga siendo tan molesta- los revolucionarios.

 

Jesús no vino para formar castas sacerdotales, ni organizaciones jerarquizadas; menos aún para hacerse seguir por manadas de borregos, o de penitentes que imitasen su vida, sino que vino para que viviéramos profundamente la nuestra. Jesús fue él mismo, para que también nosotros lográramos ser nosotros mismos; para que nos imitásemos a nosotros mismos en nuestro Ser esencial. El pecado -la ignorancia- consiste en aferrarse a su imagen como a un objeto de devoción y no verlo como un sujeto de transformación, empeñado en desvelar el Cristo que cada mujer y cada hombre llevamos dentro. Lo supo bien quien, libre de prejuicios, escogió a sus discípulos entre los marginados, se encontraba a gusto entre los sospechosos y se dejó acariciar por las prostitutas. Aquí el modelo no es el éxito; aquí el primero es el último y el último el primero. Aunque para ello sea preciso morir a la ilusión del respetable «yo» que nos hemos fabricado.

 

Ese es el sentido que el novelista Julen Green  vio tan claro en su proceso de transformación personal, cuando descubrió el amor incondicional que tan bien supo plasmar en su novela «Hermano Francisco». Ese amor incomprensible, e impertinente, para quienes nunca olvidan el agravio. Esa ternura radical, que sabe perdonar desde la cruz el único pecado posible -la ignorancia- de los que le machacaban, porque «no saben lo que hacen». Un amor que es paciente y servicial, que todo lo excusa, que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo soporta, que no acaba nunca. Un amor que así confía en que el ser humano logrará experimentar la aurora de una nueva conciencia, oculta aún bajo el velo de la ignorancia. La misma ignorancia que sublevaba al converso Julen Green cuando contemplaba a los católicos su forma clásica de salir de la misa dominical: «Bajan del Calvario y vienen hablando del tiempo».

 

Cualquier día es bueno para despertar. Siempre es Navidad. Hoy, especialmente; ahora mismo. Sabiendo permanecer despierto al aquí, al ahora: Permanecer en la Presencia del presente. Y CELEBRARLO.

 

 

RAFA

Deja un comentario