La guerra que siempre fue

Querido Rafa, tras nuestra conversación, aquí dejo las palabras que me sugeriste compartir:
La guerra que siempre fue
Estamos al borde de la oscuridad, las sombras nos pisan los talones.
Escribo como europeo de origen, saudí de crianza, mexicano por naturalización. Escribo desde las diversas narrativas que me atraviesan, narrativas que se encuentran en mi alma, y se desencuentran en los miedos que polarizan. Narrativas que unen historias cuando se escucha la fuente de las que brotan, narrativas que nos dividen cuando solo leemos la superficie tan moldeada por el miedo.
He vivido más de la mitad de mi vida, hasta ahora, fuera del continente que alberga esa cultura. Ver mi tierra de origen desde la periferia me ofrece una perspectiva más amplia de nuestro lugar en la historia, en la tierra. Una perspectiva que me permite mirar sin negación a las sombras que guardamos los europeos. Una perspectiva que me genera escozor en el corazón al ver la negación de esas oscuridades que tan bien hemos maquillado por medio de estados de bienestar que impulsan los derechos humanos. Nos hemos cubierto con un manto de responsabilidad social europea, dando cátedra sobre filantropía mientras disfrutamos de los frutos del expolio de nuestro proyecto político histórico. Europa se ha forjado de manera violenta.
La guerra; la guerra interna, la cultura de la guerra que nos pesa y que sostenemos por miedo. Miedo a la muerte. Esa es la paradoja; miedo a la muerte que nos lleva a matar. Dicen en la mística que quien muere en vida aprende a vivir. Me viene a la mente la forma en la que Bill Plotkin describe a la humanidad en un estadio de adolescencia, metafóricamente gusanos consumiendo hojas. Llega un momento en el que el gusano trepa a una rama donde inicia la construcción de la crisálida, como quien cava su propia tumba. El gusano “morirá” para convertirse en una especie de caldo proteínico. El gusano deja de ser, “muere”, y emerge la mariposa que pasará a ser una polinizadora. La humanidad parece estar estancada en la fase de gusano, consumiendo sin parar, hasta acabar con las “hojas”, hasta acabar consigo misma. Es importante para la humanidad madurar colectivamente y convertirnos en polinizadores; permitir que se dé la transformación hacia la adultez. La historia de la guerra fluye como lava bajo la superficie, hasta erupcionar en volcanes de guerra; Hoy erupciona en Ucrania, ayer erupcionó en… tantos lugares. ¿Mañana?; habrá que ver por dónde fluyen los ríos del miedo.
Estamos al borde de la oscuridad, las sombras nos pisan los talones.
No hay a dónde huir, y, en cierta medida, percibo que la humanidad empieza a darse cuenta del inevitable encuentro consigo misma. La pandemia de la COVID-19 parecía ser una prueba contundente para acercarnos más a un lugar de unión, al menos a un lugar común. Pero los comunes se ven muy distintos según desde dónde se miren, y la mirada ha estado puesta desde los posicionamientos de cada quién. La ironía es la desunión que se da desde una mirada común; posicionamientos. Posicionamientos estancados en el miedo, miedo a desprendernos hacia la plenitud de estar vivas.
No hay a dónde huir, es hora de darse la vuelta y observar las sombras. Las sombras que insistimos en negar. Puede ser comprensible que hayamos querido negar las sombras y los traumas asociados, pero la oscuridad a la que cómo humanidad nos enfrentamos, nos convoca a hacernos responsables de todo lo que hemos ido escondiendo en los rincones más recónditos de nuestros corazones, y a abrirnos; mostrar que tenemos miedo, y compartir nuestros temores y necesidades.
“Morir” para vivir, para que el miedo no nos paralice en el egocentrismo que destruye la vida.
“Morir” para vivir, para que el miedo fertilice la esperanza.
Estamos al borde de la oscuridad, pero no porque vayamos hacia ella, sino porque estamos saliendo hacia la luz, y desde la luz estamos viendo nuestras más oscuras sombras con mayor claridad. Lo que nos da miedo es la metamorfosis que implica transitar de la historia conocida de la guerra hacia narrativas que nos exigen agencia y responsabilidad para cultivar vida.
Ante el desolador panorama que se nos presenta es difícil imaginar nuevas historias. Estando tan condicionadas por la guerra, es difícil imaginar crisálidas que actúen como incubadoras de la alquimia. Lo maravilloso es que la capacidad de cambiar las historias está dentro de cada una de nosotras, pero sí, es necesario dejar “morir” la historia del egocentrismo y de la guerra.
Que nuestras historias nos lleven a cuidar-nos.
Alejandro Ashley
14 de marzo 2022

 

Música: Bill Douglas – Deep Peace

 

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