“Dios, líbrame de Dios”

Siento que la peor manera de entender a Jesús y su enseñanza, sería querer ensalzarle en un trono, igual que se hacía ante las antiguas divinidades, o bajo un ostentoso palio, como la Jerarquía católica ensalzaba a un sanguinario general durante cuarenta años. Y creo que millones de cristianos aún adoran a un extraño Jesús triunfante sobre deslumbrantes atalayas plenas de majestad, bajo pedestales que evocan banderas victoriosas. Hablo de un falso dios que condena a los vencidos, premia docilidades, arruina a disidentes y los envía al fuego eterno bajo órdenes, leyes e idearios llovidos de los cielos vaticanos; un dios con la impronta autoritaria emanada desde antiguo de los vengativos líderes Moisés, David o Josué; un dios temible, que castiga o premia bajo el modelo de la zanahoria y el palo, el castigo del infierno o el premio de los cielos.
Hablo de un todopoderoso dios que protege a a sus belicosos pueblos elegidos, que provoca e invoca la sumisión, la minoría de edad, el infantilismo y dependencia servil. En definitiva, un dios que, en palabras de José Saramago “no es buena persona”.
El Padre de Jesús no era (ese) dios. Dios murió con Jesús. Jesús era la antípoda del dios de las religiones. Del mismo modo que el sabio y valiente Maestro Eckhart clamaba “Dios, líbrame de Dios”, hoy podríamos también clamar, Buddha, líbrame del Budismo, y Cristo, apártame del cristianismo”, porque a mi modo de ver y sentir, hoy el mundo necesita más a Buddha que a los budistas, y a Cristo más que a los cristianos.
Jesús no vino aquí para fundar religión alguna, sino para despertar la dormidera colectiva que crea ídolos externos sin percatarse de quiénes verdaderamente somos -el Reino de Dios «está en vosotros mismos»-, porque el Mesías de los pobres no llegó aquí para ser adorado en una peana, sino para mostrar un camino de transformación liberadora; como tampoco vino para formar castas sacerdotales, ni organizaciones jerarquizadas, ni vino para que le imitáramos viviendo su vida sino para que viviéramos profundamente la nuestra. No fuimos, arrojados del paraíso – decía Franz Kafka- sólo por haber comido del árbol del conocimiento, sino también por no haber comido del árbol de la vida. A ver si despertamos de una puñetera vez. Ese es el sentido de la vida del Hijo del Hombre tierno y radical, Hijo del Dios (como puedes serlo tú) se hizo hombre despojado de sí mismo, Dios vaciado del poder de ser Dios, que asumió hasta la cruz la responsabilidad de ser hombre hasta el final, sabiendo perdonar la ignorancia de los que le torturan. Una ternura que es paciente y servicial, que todo lo excusa, que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo soporta, que no acaba nunca.
Un Dios que a la puerta de tus entrañas llama para – como dice Hugo Mújica – dejar en nuestras bocas sus palabras, en nuestras manos sus gestos y en nuestro rostro sus rasgos. Déjale nacer en ti. Pero ya mismo.

 

Música:  María Lopez-Gallego – Three Kings

 

 

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