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Mesías de los Perdidos

 

Cuando vemos que nuestro tiempo en la tierra se extingue, por lo general nos apremia el afán de centrarnos en nosotros mismos: es lo más humano y natural, pues a los otros, a pesar del gran cariño que nos profesan, y por muy próximos y prójimos que fueren no les queda otra alternativa que abandonarnos a la intemperie de nuestra soledad. Es la condición humana. Si bien también es condición humana el que nos pongan, confiados, en las manos del mesías de los proscritos.
Pero Tú, culmen de la compasión humana, piensas en los seres que deben acompañarte al Paraíso. No le exigiste a Dimas que se arrepintiera, ni perdiste el tiempo en asegurarte de que fuera “trigo limpio”, que es la condición expresa de ciertos cardenales de la conferencia episcopal española, tan ajena al Evangelio.
En el Gólgota tu Amor Incondicional siguió indemne, tu corazón, aún en plena agonía, siguió fiel a su misión de dar vida, y donarla hasta el extremo.
Dimas, el maldito malhechor,- pero tan buen ladrón que supo a última hora robar el corazón de Cristo -captó en sus carnes agónicas el Amor que no juzga ni condena; y ese amor le transformó en un hombre nuevo y libre de la soledad de la ignorancia del pecado. Tampoco, Jesús, tú te viste solo. Ya ves , los proscritos una vez más aliviaron tu soledad , pues Dimas, quién lo diría, con todos los excluidos, fue en esos momentos la encarnación del Padre de los parias de la Tierra, y estos reforzaron al Mesías de los Perdidos la necesaria confianza para seguir manifestando a Dios y atravesar la angostura del paso que va de la muerte a la vida; la misma confianza que pocos minutos después le ayudó a reunir fuerzas para exclamar tu último suspiro esperanzado: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”!
Con esas palabras, entrañable Galileo, confiaste a tu padre a todos quienes en los momentos más duros caímos en el error de habernos sentido abandonados por Él.

Rafa Redondo

 

Múisca: Hans Zimmer – Interstellar Main Theme

 

 

 

Un Amor Incondicional

«Mujer, nadie te condenó; yo tampoco. Vete y no peques más».
No se lo dijiste bajo la condición de que no pecara de nuevo para volver a ser castigada. Tu amor es incondicional. Mostraste ante esa mujer el verdadero rostro de la bondad de Dios. Tu hijo José Antonio Pagola lo resume así:
Cuando no tengas a nadie que te comprenda, y cuando todos te condenen, cuando te sientas perdido y no sepas a quién acudir, has de saber que Dios es tu amigo, Él está de tu parte. Dios entiende tu debilidad y tu tropiezo… lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que le ayudara a levantarse. Quizá descubramos entonces que lo que muchas personas necesitan no es la condena de la Ley, sino que alguien les ayude y les ofrezca una posibilidad de rehabilitación. Y Tú lo entendiste muy bien.
Todo ello significa, añade mi amigo José Antonio Pagola, que en toda situación de la vida como en todo fracaso, en toda angustia siempre hay salida. Todo puede convertirse en gracia. Nadie puede impedirnos vivir apoyados en el amor y la fidelidad de Dios.
Una enseñanza equivocada nos ha mostrado que Tú te enfadas con los proscritos, Tú, precisamente Tú, que te dejabas acariciar los pies por las prostitutas, andabas entre publicanos y pecadores. Y, para remate, acabaste crucificado entre dos bandidos.
Pocos te han entendido, Jesús. Lo tuyo, tu Buena Nueva, no es una enseñanza moral, sino una manifestación continua de lo que es la incondicionalidad del verdadero amor.
Nadie, nadie jamás, sea de la condición que sea- lo sé muy bien-, podrá separarnos del amor de tu Padre y de su perdón.

 

Rafa Redondo

 

 

 

Música:  Enya – Caribbean Blue

 

 

 

 

Esa Soledad Enamorada

 

En el Silencio de tu Presencia,
y sólo en él, comprendo
el misterio de existir:
Barro reavivado por tu Aliento…
En tu soplo respiro,
Presencia, mi alimento.
Y lo demás que se lo lleve el viento…
Rafa Redondo
Al aproximarse y ver la ciudad, lloró por ella y dijo: si conocieras tú por fin en este día el camino de la paz…mas ahora queda oculto a tus ojos, porque sobrevendrán tiempos malos, te cercaran tus enemigos…
(Lc, 19, 42)
Te aproximaste a Jerusalén junto a los tuyos. Y al llegar a la cima desde donde se divisa la ciudad santa, la contemplaste ensimismado, emocionado.
Y con un temblor escalofriante sobre tu piel. Sabías bien que ese era el escenario de un duro final que jamás rehuíste.
Ante ti la bella ciudad del Templo, con sus muros, sus palacios, su historia; toda ella bajo tu mirada…. Y, no pudiéndote contener, rompiste a llorar.
Me llama la atención, Jesús, que no fuera tu duro final el que arrancara tus lágrimas, sino la suerte de aquellas gentes…
Mascabas ya la soledad más hosca que adivinabas y a la que también te adelantabas; pero la tuya, Jesús, era una soledad enamorada. Tú eras y eres –lo sé muy bien- quien consuela y acompaña a la soledad de los más solos…

 

Rafa Redondo

 

 

 

Música:  Bill Douglas – Deep Peace