Aitite, tengo miedo

El nieto se va a acostar y el abuelo le acompaña:

  • Aitite, tengo miedo.
  • ¿Que tienes miedo? -el abuelo extiende la mano- ¡Pues dámelo!
  • Pero… ¡no está!
  • Pues eso, no está. Duerme tranquilo.

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Un pensamiento en “Aitite, tengo miedo”

  1. Su presencia no engaña cuando viene. Se hace presente, pues es presente y dádiva. Manifestación inequívoca, certera, patente. Llega estando tú vacío, en tu dis-estar. Es más que un tú, y más que un yo. Es tu-yo, tuyo.
    Desde antes del big bang no te abandona y cuenta los cabellos cuando duermes. Te respira.
    No es cosa de teólogos, ni de maestros, sino de niños , de humildes, de sencillos. (Míralos, tan absortos en sus juegos dejándose habitar….).
    Sin ruido penetra en tus tejidos.
    Siente como eres dios si no te endiosas. Es tan cercano y tan amigo, que es tu propio aliento latiendo en tus latidos. Tu propio palpitar.
    Una ascua viva, permanente; energía amorosa que algunos llaman trascendente e inmanente (aunque ello es intrascendente…). No le pongas nombre, porque se aviene mal a razonamientos y explicaciones. Tú lo sabes y te basta.
    En este amanecer brilla con fuerza para ti, y desde ti se reparte, se expande por la tierra; solo te pide que te quites de en medio y te hagas transparente al mundo. Ahora más que nunca. Ahora.

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