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Lecturas y reflexiones sobre la Biblia

Estos días de atrás he retomado mi lectura de la Biblia*.  Ése libro lleno de símbolos donde Jesús toca nuestros corazones con su gran Sabiduría y Amor. Animada por el Espíritu que vive en mí, he querido compartir el siguiente texto que fluyó una maravillosa mañana. Así que, ¡ahí va!

Para ti que te encuentras enfrente de la pantalla, para ti, van estas palabras desde el Corazón…

Dice la Biblia que «también en el tiempo presente ha quedado un resto gratuitamente elegido. Y si es por gracia, ya no se debe a las obras, pues de lo contrario la gracia no sería gracia.»

Entiendo con estas palabras que ésta ha sido siempre la «historia» de este mundo de dualidades. Donde antiguamente, en tiempos de Jesús, los hombres se «clasificaban» en pecadores y hombres de Dios, hoy día los «clasificamos» en inconscientes y en despiertos. Pero viene ser lo mismo.

Para que el Hijo de Dios se reconozca a sí mismo como tal, debe vivir primero como no Hijo de Dios (pues, ¿cómo voy a regresar al Padre si no he vivido la ilusión de estar separad@ de Él?) Y cuando despierte a la realidad de Dios, podrá observar cómo otros herman@s viven aún en el sueño. Y podrá comprenderles y, lo más importante, ayudarles. Ayudarles a Seguir leyendo Lecturas y reflexiones sobre la Biblia

El humor soberano (Fragmento)

Y, finalmente, si de algo han adolecido casi todas las tradiciones sapienciales es de excesiva solemnidad en sus modos de proponer la verdad; sin embargo, los maestros zen, esos descarados que vinieron a derrocar peanas y a ventilar capillas -mostrando así un profundo respeto que no distinguía lo profano de lo sagrado-, la repartieron a gritos y a coscorrones mientras se mondaban de risa, porque la cosa, el gran asunto, tiene gracia, mucha gracia.

Leed, si os apetece pasarlo en grande, los dichos y los hechos de vuestros tíos-abuelos Hui-neg, Huang-po, Hakuin, Tosan Ryokai, Lin-chi o Dôgen, entre muchos otros humoristas verdaderos. Cuentan del último que, al volver de China, a la que viajó para empaparse de los secretos del zen, lo estaba aguardando todo el pueblo, ansioso por oír lo que había aprendido de los maestros de aquel país, cuya autoridad era legendaria; y nosotros nos imaginamos a la banda de música de las grandes ocasiones precediendo a la curiosa comitiva. El caso es que, encaramado a una tarima, nuestro tío-abuelo Dôgen -que volvía pletórico de humor y de sencillez, es decir, de sabiduría- se limitó a decirles:

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