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No se aparta la luz de quien no huye de las sombras…

(¡Cuánto se puede ver al no ver nada…!)

Ver fluir los instantes

como fluye el alba tras la noche.

Afrontar – no sin tu ayuda- tanto el estallido de la umbría en plena luz

como el de la luz plena umbría…

Captando, y, si es posible, celebrando, tu presencia, Dios mío,

en la entrelínea de las luces y las sombras.

Pues sé que aunque no vea, jamás nos dejas, tu cayado me acompaña.

Sabia que nada había en el mundo que careciera de alma y, llevado por esa convicción, tanto la amigable unión que establecía con todas las cosas como el hermanamiento con todos los seres, provocaron que su paso por la ciudad terrestre discurriera en un continuo estado de inocencia.

Francisco de Asís, cuanto más desasido, más hermano se sentía, por lo que jamás quiso poseer, ni apegarse, ni aferrarse a otra entidad que no fuera la Dama Pobreza, entendida como un modo de ser y estar que permite que las cosas sean , que las personas sean y que el mismo Dios sea, pues conoció con clara y distinta lucidez que el afán de posesión es el gran obstáculo para establecer la fraternidad en el planeta. Y para ello indispensable es sentirse unificado, unificada, con el Todo. La sentencia «amarás a tus enemigos» no salió de un corazón moralista o romántico voluntarioso, sino de un ser despierto que denunciaba sin odiar , que conocía de sobra dónde está el corazón de la paz mundial. El camino de Jesús sigue inédito, ileso, sin estrenar: denunció la tentación de tener enemigos para proyectar sobre ellos la propia angustia. Es el mandamiento de amar a los enemigos que él mismo cumple hasta la Cruz: «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen»… Podríamos seguir.