Eterna danza sin danzante

Como una danza sufí que no alcanza su final, el tiempo gira y más gira en su eterno retorno. Y con ella y desde ella, sentimos un nuevo golpe de sangre en el corazón. No, no es verdad lo aparente al decirnos que todo se repite, ni que esa sangre en las arterias se coagule. La forma cambia, por más que la memoria se obstine. Y el viento nos trae un nuevo verbo sin idioma, y el pisar se abandona en cada huella.

La vida es Vida, paloma mensajera; y es preciso -más bien vital- rastrear en cada instante el trazo de su vuelo siempre renovado. Mirar, fisgar, olisquear, como un arquero acecha el flujo de la Novedad, que se desvela y revela en el vivir. Hasta perder la noción de lo aprendido, de todo significado adquirido. Hasta, ya despiertos, rendirnos ante el altar de lo Evidente. Porque ESO se hace evidente a tu inocencia: espacio sin lindera, silente murmullar de un ritmo que te aviva mientras giras en tus brincos por la Tierra. Hasta que en un momento te ves instalado en un baile sin bailarín y eterna danza sin danzante; al ritmo de un Poema que el cosmos canta para nadie, porque simplemente le gusta gustar y ser gustado.

Volvemos al zendo de Rekalde, pero, ¿acaso tiene nombre? ¿No se había ya borrado? ¿No son acaso más que tres sílabas cantando una canción desnuda que te invita a borrarte en el Silencio?

Tenemos una año para solucionar ese koan.

¡¡¡Bienvenid@s!!!

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