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Cuando ya nada tengo ni de mí queda rastro,
la nada del no estar
podría al final ser vacío y rebosante.

Petición a los miembros de la sangha IparHaizea, extensible a los queridos compañeros de la Asociación “Maestro Eckhart”, así como a toda persona libre que pueda aportar su idea y su sentir en cuanto al tema que sigue:

Estamos pensando en que las personas que practican Zen u otra vía contemplativa compartan con nosotros su propuesta o inspiración sobre cómo la meditación puede en estos difíciles momentos servir de liberación a los más castigados por la violencia neoliberal. ¿Vivimos la Unidad, o encapsulados?

Podéis enviarnos a iparhaizea1@gmail.com bien vuestro sentir personal, o un determinado texto esclarecedor, o una sugerencia práctica en que la praxis meditativa pueda abrir vías para hallar sentido en medio de tanto sinsentido.

Feliz año nuevo

Por lo común el discurso humano es sofocante, muy repetitivo, como de segunda mano. De ahí que sólo me importen las palabras que, igual que alguna golondrina desbandada, quedan como descolgadas del tropel de lo redicho; las que vivaquean en la intemperie, o sea: las cargadas de silencio.

En el Zen, por ejemplo, se me hace cada vez más indigesta la ya manoseada palabra “compasión”, que, igual que el también ajado término “caridad”, me sugiere una relación desigual, como jerarquizada, de arriba abajo. En mi época marxista yo vibraba con el vocablo “solidaridad”, tan recio y militante; posteriormente, y hasta hace bien poco, me cautivó el de “Unidad”, pero, claro, requiere el trabajo adicional de interpretarlo. Hoy, prefiero el más sencillo: “fraternidad”, que se me hace más simple, más

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Vivir, no desvivir

Eso que llamamos la realidad es una construcción ideológica, siendo así que lo realmente real es eso que sucede cuando nos desprendemos de esa entelequia programada; un desprendimiento más necesario ahora que la humanidad está atrapada en un modo, y una moda, de honda perversión, que ensalza la mentira como si fuera y la verdad y confunde salud con patología. Falacias interesadamente expandidas a diario por la mayoría de los medios de comunicación.

Nos enseñaron desde la fase preescolar a vivir para nuestro provecho (estudia, que para ti será) convirtiendo -o pervirtiendo- la casa de la humanidad en aciaga pocilga; y así, como brutos egotistas consideramos vivir en ese estercolero espiritual no sólo como si fuera el mejor de los mundos, sino como el único mundo posible, el que nos ha tocado vivir, el que nos ha dado Dios. El que y del que formamos parte. Un lenguaje nada inocente, por cierto.

Nuestra civilización políticamente democrática solo ejerce como tal una vez cada cuatro años en las urnas, cuando el poder administrativo decide “tirar de censo”, pues somos una sociedad censitaria. Hablo de una democracia entendida como mera organización, desde el papel del censo, no desde el espíritu participativo propio de seres maduros. Pero va siendo hora que llevados de la mayoría de edad que a estas alturas de la historia nos compete, cojamos las riendas de nuestra vida ampliando el margen de decisión, y de conciencia, amplificando los partidos, involucrando asociaciones intermedias, haciendo llegar nuestra voz continuamente y no cada cuatro años. Ello exige ya un nuevo liderazgo que supere el esquema de quien, en aras de la libertad, nos mantiene en minoría de edad, señalándonos lo que tenemos que hacer, para instaurar otro tipo de guía que, cual espejo, nos Seguir leyendo Vivir, no desvivir

Recuerdo de Plácido

Eran las 8,45.  Begoña (a la que yo llamo la Teresa de Calcuta laica, sin dar más pistas) interrumpió mi desayuno: Plácido –voy a llamarle así- había fallecido. Plácido, llegó de Italia acarreando en su espalda el peso de una vida marginada llena de luces y de sombras. Fino artista que combinaba con delicadeza y creatividad el óleo y la madera. Para mí era un compañero de camino, un ser querido de mi nueva familia, de la raza de los que no tenemos raza. Desde la ambulancia al Hospital fue atendido por brazos femeninos generosos. Hasta llegar a Urgencias. “Porque al enterarse de que era drogadicto –me dicen- se desentendieron de él”: “Mañana le daremos de alta…” exclamaron, que es el modernismo científico-médico que enmascara el desinterés. “A los drogadictos les escupen, sobran, los barren de los boxes”. Pero Plácido murió allí, donde estaba prohibido aparcar.

No tenía raíces, ni era hijo ni hermano ni cuñado de un político. Plácido era Seguir leyendo Recuerdo de Plácido