La inocencia y el asombro

Nacemos con una prodigiosa capacidad: la de asombrarnos; siendo esta una cualidad específica de receptividad que nos hace particularmente dotado para filosofar, crear y crecer como personas verdaderas. El niño siempre está en la Presencia del presente, no se aburre, y si nos quejamos de su impertinencia, ello es debido a que con ella nos sacan del tiempo-pensamiento en que vivimos alienados. Por eso “molestan” al inmaduro adulto. El fenómeno del asombro y su atento cuidado, parten de la inocencia innata que, como receptáculo vacío, ejercitamos desde niños, la que nos faculta para vivir en plenitud más allá de las fronteras del pensamiento unidimensional, esa plaga llamada globalidad. De los que son como ellos es el Reino de los Cielos, clamaba el maestro de Nazareth.

La inocencia, por tanto, lejos de ser un estadio infantil asociado a la inmadurez, es un atributo que no debemos perder si queremos llegar a ser humanos.

Eso es lo que hacemos al sentarnos en Za-Zen, ejercitar la inocencia, que nada tiene que ver con la estulticia de los “listos”, sino con la creatividad de los sabios que, por serlo, jamás abandonan a su niño interior.

Liher

Deja un comentario