Hay en el claro del bosque…

Cuando la persona acepta el camino hacia la liberación,
que es retornar a la profundidad de la Unidad que siempre
fue y es, adquiere un tinte nuevo su modo de estar en la tierra.
En la medida en que su consciencia asciende hacia el Todo,
en ese mismo grado, lentamente, se va desprendiendo de su
ego existencial, adquiriendo su nueva forma un progresivo
carácter impersonal. Una Fuerza, que lejos de aislarle del mundo, le hace aún más hermano con todo ser viviente y comprometido con el sufrimiento del mundo.
En la misma manera en la que su madurez se configura,
el hombre y la mujer habrán de tener el suficiente coraje y el
valor de fundir en esa amorosa globalidad todo lo que ellos
son, todo lo que saben, todo lo que tienen, todo lo que creen,
todo lo que pueden. «Abandone el hombre las imágenes, y
quédese sin voz, que quede mudo» –decía el místico alemán Johannes Tauler en un texto que me llegó de él –, porque nos es preciso abandonar la memoria, nuestra historia, nuestro ego… para proyectarlos hacia el insondable habitáculo
de lo sin forma, allí donde Buda deja de ser Buda, Cristo
deja de ser Jesús, y Dios deja de serlo. Allí donde, cuando
llegues, nadie te echará de menos, porque estuviste antes de
que todo fuera. Por esa razón el ser humano tiene motivos
para abandonarse y soltarse confiado a esa profundidad de lo
sin forma que le transforma en nueva forma de ser, que le lleva
a un nuevo orden de su esencia humana, más libre y total; allí
donde el culmen de su ser natural deviene en sobrenatural.
Comprometerse en el ejercicio de iniciarse a la trascendencia
es abrirse el sendero que accede a la auténtica fe–confianza,
donde, como escribió el Nóbel Tranströmer, «hay en medio del bosque
un claro inesperado que sólo puede encontrar aquel que se
ha perdido.
Rafa Reddondo

 

 

Música: Comme au premier jour – Andre Gagnon

 

 

 

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