Hasta entonces siempre la había visto de lejos, a través de la tele.
Hablaba otros idiomas, residía en otras casas. Siempre evitándola, llamándola de otro modo, cerrando los ojos o mirando para otro lado. Sabía de ella de pasada, en forma de papel pegado a alguna pared, o escondida en un coche oscuro. Le dedicaba media hora máximo, si ésta le tocaba a alguien cercano y acudía a la iglesia.
Siempre le sucedía a otras personas, mas mayores, que habían llevado mala vida o habían tenido mala suerte… hasta que un día se acercó tanto que se llevó consigo parte de mi: adoptó la forma de mi aita. ¡¡Ahí estaba la Muerte¡¡
La injusticia, como la Muerte, ha estado siempre ahí. Pero siempre se cebaba con gente lejana, de otros países, emigrantes, gente de mala vida, de mala suerte… se evitaba nombrarla y para hablar de ella se utilizaban distintos nombres, cerrábamos los ojos, mirábamos para otro lado. Y de repente y sin avisar… ¡¡¡ZAS!!! Ha llegado a nuestros pueblos, barrios y familias.
Cabria preguntarnos si realmente queremos otro sistema mas justo y humano o sólo queremos recuperar nuestro «privilegiado» sitio en el mismo, ése en el que al menos nos tocan las migajas que caen de las comilonas de los poderosos y que las injusticias se sigan cebando con los de siempre, con aquellos que por una u otra razón se lo han ganado o quizá no, pero «ese no es nuestro problema».
O quizás podamos sentirnos mas cercanos, sentir compasión por todos aquellos que sufren. Será entonces cuando no podremos no cambiar. Será entonces cuando el sistema no tenga mas remedio que cambiar.
GRACIAS, KEPA. Aceptar la realidad, no equivale a aceptar la injusticia. R.