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La Belleza se derrama y nos empapa

 

La belleza se derrama y nos empapa. A cada paso.
Verla en todo lugar depende de la capacidad de vivir la vida con todo lo que es….
Es esencial para ello estar asentada sobre suelo firme para poder abrir las manos y acoger las espinas que surgen en el propio caminar, con suavidad y atención.
Es en este momento de profundo asentamiento que mi corazón está preparado para encogerse con los dolores inevitables, y utilizar ese encogimiento como impulso para expandirse después y exhalar más humanidad y amabilidad.
El camino de autoconocimiento es duro y largo, ver la propia oscuridad es difícil, pero la libertad que se experimenta y el amor no tienen precio.
Por fuera a penas se ve con una simple mirada, pero lo interior empieza a dejar de tener fondo y convertirse en el propio espacio de fuera.
Integrar nuestra belleza junto con nuestras espinas conforma el paquete que soy, y acoger el paquete es aprender a vivir.
Que limitadas las palabras…
Es importante en este caminar tejer redes verdaderas, círculos donde sentirnos seguras para este trabajo, es vital!
Esas personas que son casa y que sabes que pase lo que pase siempre están para un caldito caliente, un abrazo, unas lágrimas y unas risas. Y un maestro tb, ese querido amigo, que ya ha recorrido el camino y se muestra con todo, sin decirte qué o cómo hacer, solo siendo. Amabilidad y amor.
Tejedoras de mundos
Tejedoras de de corazones
Tejedoras…

 

Texto de nuestra compañera de camino Nuria

Música: Loreena McKennitt –  Nights from the Alhambra

 

El fin de la espiritualidad

Mi alfombra de yoga ha desaparecido en el suelo bajo mis pies.
Mi ashram se ha convertido en el mostrador de café, un mal chiste intercambiado con el camarero, una sonrisa amistosa arrastrándose sobre una cara congelada, y todo el mundo nos desea.
Mi templo es el centro comercial, la sala de espera del dentista, el prado vacío por la mañana con su suave luz amarilla y aire virginal.
Mi gurú es el rugido incubador en el vientre, la melancolía de la noche y la esperanza y desesperación de la existencia misma.
No hay que añadir nada.
Mi iluminación es el momento ordinario, esta experiencia mundana empapada en el dulce néctar de mi propia atención.
Mi origen es la respiración y la respiración es mi destino.
Mi linaje es el gato hambriento saludándome en mi caminata nocturna, amblando a mi lado un rato, frotando su piel contra mi espinilla, su piel suave como la manta de cachemira que la abuela solía envolver alrededor de nosotros como las noches llegaban temprano, la piel convirtiéndose en piel, y el gato avanzando despacio para revisar un envoltorio de sándwich desechado, y yo caminando.
Mi espiritualidad está en lo profundo de la tierra; está en el barro, el calor, las entrañas, lo incómodo y lo inconveniente, el grito de madre y el valor de penetrar regiones inexploradas de la psique. Es el anhelo de casa y el regreso felizmente agotado.
Mi felicidad no es nada que la mente pueda entender, ni en mil millones de años de búsqueda.
Mi alegría es simple, como aquellos que han vivido una vida plena y están listos para morir.
Me acuesto en el prado, mi mochila mi almohada, mis manos entrando en la hierba sedosa y pegajosa, toda mi vida reducida a un solo pensamiento y memoria y visión momentánea, y entonces eso se ha ido también, y me he ido con todo, reemplazado por el prado mismo, su suave luz amarilla y su aire limpio y estimulante, su esperanza y su promesa, su plenitud y su misericordia.
No me busques. No me encontrarás aquí, ni me reconocerás si lo haces. Soy invisible porque me he convertido en todo lo que se ve y todo lo que se conoce y desconoce todavía.
No practico la espiritualidad. He sido destruido, deconstruido, deshuesado y nacido de nuevo, reconstituido como hombre, sin forma como forma. He sido recreado inseparable de esta ordinariedad, resucitado con el vientre de los pájaros riendo en los cables eléctricos al amanecer.
Jeff Foster

Exiliados de nuestro verdadero Hogar

 

La gente, por lo común, gasta su vida y su energía en trabajos que no
ama; vive —más bien desvive— adormilada dentro de sus grupos, sus
organizaciones, sus patrias y sus credos. Y lo que es peor, muere sin
casi haber nacido, ya que nacer es más, bastante más, que el hecho
fisiológico de salir del útero materno. Efectivamente, el fin de la vida es nacer plenamente, y en cada instante; es ampliar la luz de la conciencia que en germen nos fue dada. Morir es detener el proceso dinámico de nacer, vivir aletargado. Psicológicamente hay mucha gente que vive muerta, habiendo dado la espalda a la expansión que demanda su naturaleza real; muere apergaminada en el seno materno de sus propias fronteras, o en la locura de los narcisismos colectivos que nutren los delirios patrióticos, culturales y otras epidemias, como el culto al Dinero a la Religión o al Estado; una suerte de patologías que la llamada gente
cuerda, o normal considera como la realidad, la vida que nos ha tocado vivir, lo que todo el mundo hace, y otras ficciones que fomentan el letargo colectivo que en otro lugar yo bauticé como patología de la normalidad.
Hemos considerado la normalidad como la «normalidad» de la curva de Gauss y el terreno como el mapa.
Vivimos programados para el mercado. Exiliados, por tanto, de nuestro verdadero hogar; y por ello sufrimos. La forma más común —y errónea— de superar semejante pandemia, consiste en alimentar el fuego narcisista de creernos partícipes de una nación diferente, de un Estado poderoso,
de una cultura dominante y otros delirios colectivos que intentan disimular el sentimiento de aislación ególatra sustentado por y en una realidad construida para compensar la insoportable soledad de quien dormita en sus propias fronteras de artificio.
Creo firmemente que la futura liberación del ser humano se iniciará en la superación de los narcisismos personales y colectivos, en la medida en que rompa esas falsas fronteras. En la medida en que nazca y renazca a la compasión que anida en la más profunda conciencia de su ser, el Ser de un universo sin fronteras. A ESO, lo reconozco, me dirigió hace veinte años la práctica del Zen.
Nuestro sistema conceptual occidental es maravilloso a la hora de definir y «objetivar» con argumentos lógicos, incluso instrumentales, no hallamos mayor dificultad en encontrar palabras para explicar las características de la maquinaria más complicada y, sin embargo, a causa de la invasión de la mentalidad tecnológica, todos los vocablos nos resultan pobres e inadecuados cuando intentamos describir, por ejemplo, un simple placergustativo. Con la misma dificultad nos  topamos cuando queremos explicar a nuestro amigo un determinado estado de ánimo en el que nos hallamos inmersos; carecemos de las palabras. Algo así pasa con el Zen. Quien
intente definir con palabras el Zen es que no lo ha comprendido.
No cabe duda de que existen muchas cosas que podemos aprender
—también desaprender— con el Zen y llegar a ponerlas en práctica
a nuestra manera, pero el mérito especial de este singular camino,
radica en su forma de expresión tan desconcertante tanto para el
intelectual como para el iletrado. El Zen es un sendero directo, tosco
en su radicalidad, pero poseedor de una gran energía, fuerza, humor
desmitificador y, sobre todo, como señala Alan Watts, «un sentido de la belleza y del absurdo que resulta a la vez exasperante y delicioso». Sin embargo lo más revolucionario del Zen es la propiedad que tiene de cambiar la conciencia, de cambiar la mente como quien da vuelta a un guante. Ya el mismo Freud, el último mecanicista, intuyó que la sensación del ego del que ahora somos conscientes no es más que el simple vestigio de una sensación mucho más amplia, una sensación que abraza al universo entero y expresa la inexorable condición existente entre el ego y el mundo externo.
En este último sentido cabe decir que en lo más profundo del Zen brota la compasión, un amor ausente de todo sentimentalismo; una especial ternura por los seres humanos «que —decía Erich Fromm— sufren y perecen, debido a los intentos mismos que hacen por salvarse». Quien practica el Zen y no ama, no practica el verdadero Zen. Pero quien lo practica de verdad constata no sólo su propia Unidad con lo creado, sino que también evidencia cómo la mayoría de las gentes han olvidado que nacieron artistas de la vida, y que, como señala Suzuki, «tan pronto como comprendan este hecho y esta verdad, se curarán de las neurosis…». Ser un «artista de la vida» significa que el individuo expresa en cada uno de
sus actos su capacidad creadora, su personalidad viva; no tiene el yo
encasillado en su existencia fragmentaria, separada, restringida.

 

Rafael Redondo

Música: Loreena McKennit – Never-ending Road