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Terapia del Ser

En pleno alborear de esta fría mañana de diciembre, me ha sido dado catar, una vez más, la riada de energía que habita la materia y que, en forma ajena a toda forma, fluye de arriba abajo por el cuerpo. Vi pasear el aliento vital del cosmos desde mis venas hasta el roquedal de la sierra de Anboto que asoma en mi ventana: todo es el mismo Ser que nutre la existencia, el que otorga vigor a nuestras células, la misma fuerza que tanto cuida de las galaxias como de la recóndita amapola escondida en el claro del bosque, la que nadie verá jamás, pero que el Señor de la vida mantiene en su Unidad.

Desde las primeras luces, lo innombrado despuntó en torrente de vida nutriente, en silente caricia, el Ser. Y lo escribo desde la gratitud al Gran Silencio, apertura a la Total Presencia, la que abriga lo simple y lo complejo, la forma y lo sin-forma. Silencio sanador que recompone toda herida rompiendo las cadenas que nos hacen rehenes del ruido instalado en  los cerebros.

Mi –nuestra- verdadera naturaleza, vista como “desmaterializada materia”. Mi –nuestra- identidad real tan sólo conocida cuando estoy dispuesto al dar el gran paso de soltarlo todo: un viaje a la más intrincada célula de mi profunda mismidad; un sendero que lleva Seguir leyendo Terapia del Ser

Introito (2)

Sólo del gran Silencio puede germinar nuestra capacidad de dejarnos deslumbrar ante los mínimos gestos en que se expresa la Vida; también de detenerse ante la experiencia, siempre nueva, del Ser, para, curiosamente, asombrarse del propio asombro, abriendo los ojos como los abre un niño: despertando a la inocencia que brota del Origen.

Meditar es soltarse, rendirse, desprenderse; es des-aparecer, sin apenas dejar huella, mientras nuestro pequeño personaje arde en el fuego de la Luz.

El mundo duerme sumergido en su noche; parece no añorar la estrella que en cada instante le interpela, y vive – eso al menos dice – en paz.

Mientras, en hondas soledades, da la espalda a esa falsa paz, el que esto escribe durante cuarenta años de exilio escarbaba, incansable, en los límites del tiempo, en las heladoras fauces de una dura ausencia, con el afán de lograr un tenue vestigio de un demiurgo de luz, o, cuando menos, las cenizas de sus pisadas. Mientras permanecía quieto, Seguir leyendo Introito (2)