Lo imagino entrando en las sedes cardenalicias del Vaticano con la misma vehemencia con que barrió a los mercaderes del templo: tiaras y mitras patas arriba, cruces de oro macizo por los suelos, las purpuradas capas descolgadas de los hombros… los lustrosos zapatos rojos, las engoladas pieles de armiño por los aires: ”ciegos y guías de otros ciegos, que ni entráis ni dejáis entrar” .
No hay que olvidar que a Jesús de Nazareth lo mataron los “buenos”.
Jesús fue coherente hasta la muerte: HACÍA LO QUE DECÍA, VIVÍA Y ERA LO QUE DECÍA. Como un ser despierto, era la
antípoda de castas sacerdotales y organizaciones jerarquizadas. Escogió a sus discípulos entre los marginados, se encontraba a gusto entre los sospechosos y se dejó acariciar por las mujeres. Fue libre. No persiguió el éxito: “los últimos serán los primeros”. Liberó. Amó. Y no cobraba.
Fue muy claro: “cualquiera de vosotros que no renuncie a todo o que posee, no puede ser mi discípulo”. Un mandato que, huelga decir, ha causado malestar desde siglos, por ser incompatible con la vida llamada “normal”, vida adaptada al dios Mercado.
El mensaje de Jesús, como el sueño de Francisco de Asís, Leonardo Boff, y otros grandes desconocidos por los medios de comunicación, es un liberador mensaje de amor inédito, ileso, sin estrenar. También un peligroso sueño para los “buenos” que siguen matando, amordazando, esclavizando, marginando, desamparando, deshauciando.
Y crucificando…
Lo torturaron y mataron los buenos, la policía de los oficialmente buenos. Como hoy. Jesús de Nazareth, no vivió y murió para rescatarnos de no sé que pecados, -como señalan los teólogos de Roma- sino por expandir su experiencia personal de sentirse amado, y que TODOS Y TODAS somos hijos e hijas de un amoroso e inteligente Ser que nos habita, al que el llamó Abba, aita, padre. Toda persona, sin distinción; enviando principalmente ese mensaje a los enfermos, paralíticos y leprosos, proscritos por la ley, a los sin techo como él, a los estigmatizados por los corruptos y poderosos sumos sacerdotes, teólogos y dueños del templo y su negocio, donde echó a latigazos a los mercaderes.
Fué demasiado lejos. Había que silenciarlo, amordazarlo, eliminarlo. Pero hoy vive en los que verdaderamente viven y contagian el arte de vivir. Que no son pocos.
Jesús de Nazareth, por todo ello, es patrimonio y sueño de TODA la humanidad; los pobres, que no tienen ni techo ni derecho, también pueden soñar.
Sólo quienes, disponibles y des-prendidos, viven como él pueden llamarse libremente Hijos e Hijas de Dios. Libremente, aunque «no tengan donde reclinar su cabeza». Ellos y ellas son la esperanza de este mundo.
Algún día esto cambiara , aunque tarde , en esta dimensión las cosas no son eternas ni para bien ni para mal .
Si Jesús entrara en ese templo e hiciera eso, no se arreglaría nada -aparte de formar un escándalo con más perjuicios que beneficios-. No es la jerarquía de la Iglesia la responsable de que el mundo esté así, de que los seres humanos estemos dejándonos llevar por este camino que nos conducirá al último pozo. No es la jerarquía eclesial la que tiene el poder económico y político, no es la que dictamina la vida en el mundo, y, mucho menos, en países africanos, asiáticos o latinos. Jesús apela, precisamente, a la responsabilidad individual, a la dirección propia de cada ser humano. Y en esto coincide claramente el Islam. Así, pienso, es precisamente aquí donde deberíamos preguntarnos: ¿cuánto intento parecereme a la voluntad de Dios? ¿reflejo belleza, bondad y compasión?, ¿me hago nada por el otro?, etc. Mejor nos irá mirando la viga en el propio.