He conocido a eminentes profesores, compañeros de claustro, que, hasta jubilarse, únicamente hablaron y escribieron desde experiencias ajenas, nunca desde las propias.
He conocido a grandes Maestros que hablaban de LLEGAR A LO ÚLTIMO, sin acordarse de que el infinito carece de metas y escalones. En su discurso sobraba ambición, faltaba amor.
He conocido a maestras muy reconocidas como DESPIERTAS, y AUTORIZADAS para impartir las enseñanzas aprendidas de su gurú. Aunque sobradas de un marcado narcisismo.
He conocido a maestros y sucesores de maestros, RECONOCIDOS como ILUMINADOS, aunque esclavos servidores del poder.
Un verdadero maestro sólo reconoce a Dios como tal. Su magisterio consiste en hacer añicos toda ilusión. Yo agradezco a mi mejor maestro el gran regalo de haberme des-ilusionado.
Finalmente, tengo que añadir que si reconozco todos esos defectos en otros seres humanos, se debe a que mucho antes de verlos en ellos, los había visto en mí.
Ahora, en el otoño de mi vida siento como auténtico lo que de verdad tuvo que ver con el amor de quien ama y es amado. He visto a gente así, entre LOS MÁS DESPOSEÍDOS, sin otra credencial ni reconocimientos ajenos al de la sencillez de un vivir y decir plenos de compasión por lo viviente.
La experiencia del Ser, si verdaderamente lo es, es una experiencia de amor. Por eso proclamo que:
Hoy me sobran los ojos y la boca,
que en el amor he hallado el yacimiento
de esa Fuerza, mi pasto y mi alimento.
Que en el mudo regazo de esa roca,
vivir un gran amor es lo que intento,
¡que todo lo demás, lo lleve el viento!