Vivir, no desvivir

Eso que llamamos la realidad es una construcción ideológica, siendo así que lo realmente real es eso que sucede cuando nos desprendemos de esa entelequia programada; un desprendimiento más necesario ahora que la humanidad está atrapada en un modo, y una moda, de honda perversión, que ensalza la mentira como si fuera y la verdad y confunde salud con patología. Falacias interesadamente expandidas a diario por la mayoría de los medios de comunicación.

Nos enseñaron desde la fase preescolar a vivir para nuestro provecho (estudia, que para ti será) convirtiendo -o pervirtiendo- la casa de la humanidad en aciaga pocilga; y así, como brutos egotistas consideramos vivir en ese estercolero espiritual no sólo como si fuera el mejor de los mundos, sino como el único mundo posible, el que nos ha tocado vivir, el que nos ha dado Dios. El que y del que formamos parte. Un lenguaje nada inocente, por cierto.

Nuestra civilización políticamente democrática solo ejerce como tal una vez cada cuatro años en las urnas, cuando el poder administrativo decide “tirar de censo”, pues somos una sociedad censitaria. Hablo de una democracia entendida como mera organización, desde el papel del censo, no desde el espíritu participativo propio de seres maduros. Pero va siendo hora que llevados de la mayoría de edad que a estas alturas de la historia nos compete, cojamos las riendas de nuestra vida ampliando el margen de decisión, y de conciencia, amplificando los partidos, involucrando asociaciones intermedias, haciendo llegar nuestra voz continuamente y no cada cuatro años. Ello exige ya un nuevo liderazgo que supere el esquema de quien, en aras de la libertad, nos mantiene en minoría de edad, señalándonos lo que tenemos que hacer, para instaurar otro tipo de guía que, cual espejo, nos enfrente a nosotros mismos, y nos interpele sobre qué hacer, y para qué estamos aquí; líderes que nos motiven a usar de nuestras potencialidades, y a que usemos –o inauguremos- nuestra libertad, fuera de los constructos piramidales jerárquico-funcionales que el liberalismo empresarial ha impuesto a la clase política que le sirve.

Dicho todo esto, voy directamente a nuestro “mundo meditativo”. Es curioso observar cómo la mayoría de los modernos jóvenes directivos empresariales, sean gerentes o directivos, conocen e “implementan” en sus organizaciones las técnicas meditativas orientales. Forma ello parte de la moderna ”cultura empresarial”: conocer el budismo como elemento fundamental en la “gestión del estrés”. Está de moda. Y se comprende que, guiados por la “lógica del Mercado” los líderes globalizadores teman cómo la vorágine que ellos mismos crean, apenas si tiene espacios para la reflexión y la toma de distancia necesaria para no dejarse desbordar por tal tsunami, y así poder sobrevivir con más serenidad. Se ha decidido: debemos cambiarnos para que nada cambie. Innovemos, renovémonos continuamente para seguir viviendo en lo viejo.

El mundo empresarial –hablo en términos generales– mira hoy al budismo como un marco referencial que redima al individuo, que le motive y salve del infarto mediante sesiones meditativas que abarquen zonas parciales y tiempos parciales de la semana laboral, donde se escucha bien –manipulando- eso de que que la realidad es mera ficción o que el sufrimiento es una pasajera nube sombría, comparado con la realidad que en el fondo somos. Vender humo como si fuera oxígeno, para paliar la toxicidad del desorden establecido. Algunos consultores, sociólogos y psicólogos están haciendo su agosto de la crisis.

Y así, tomada la verdad parcial como si fuera un todo sin fisuras, el mundo capitalista (si el término no gusta, podemos busca otro, que hoy todo se consume rápidamente), ha descubierto en el budismo un modo de escapar de la carga estresante que provoca la ley de la selva globalizadora, la que hace sufrir incluso a quienes la pregonan. En la meditación se busca la relajación, la superación del estrés que causa no el vivir sino el desvivir, para seguir viviendo –más bien sobreviviendo- en la globalizadora jaula de oro, aunque sigamos dulcemente narcotizados, entre sus dorados barrotes.

Y así se comprende que el emblemático, y mediático, filósofo actual Slavoj Zizek, afirme no creer en los que aseguran que el budismo es un camino apropiado para escapar de la locura occidental, sino todo lo contrario con el budismo no se escapa, se funciona mejor, y añada que de ese modo uno no se vuelve loco y se convierte en alguien más adaptado para vivir en una realidad capitalista.

Como no soy budista no estoy en condiciones de refutar al detalle esa crítica. Mas no es necesario, porque lo que sé y sabemos muy bien es que nadie puede infinitamente sobrevivir bajo el dictado de esa manipulación sistemática de la meditación, falacia que hoy alcanza cotas de epidemia, ya que vivir instalado en el egotismo competitivo del Mercado reprimiendo la compasión, la solidaridad y el amor, que son lo más bello y profundo de la existencia, todo eso equivale no sólo a instalarse en la mentira, sino a firmar un acta de defunción anticipada. Lo estamos viendo, y sufriendo ahora en Occidente.

El estrés no podrá extirparse dejando intactas las causas que lo generan; es más, la angustia que provoca ese antinatural desvivir, es precisamente el bondadoso mensaje de la naturaleza, dándonos señales de que hemos conducido nuestra vida por un camino tóxico. Esa es la función del dolor, al que siempre hay que escuchar, no reprimir. Y ese es, añado aquí, el sentido real de la meditación, que esencialmente es despojarse del egoísmo instalado, no dulcificarlo. Para ver claro. Quien busca en la meditación un escapismo, jamás lo encontrará, porque el despertar meditativo incluye el caer lúcidamente en la cuenta de que las neurosis brotan cuando hemos dado poder a otros sobre nuestra vida, o, expresado con el lenguaje vivaz del citado filósofo: si estás atrapado en los sueños de otro, estás jodido. Despertar no interesa a quienes programan nuestros cerebros para que sigamos dormidos; despertar es adaptarse a la realidad, no a la codicia. Ni a la injusticia. Y para vivir eso no es preciso ser budista, ni cristiano, ni marxista, sino sencillamente ser eso, un ser humano. Salgamos pues de la dormidera.

Un pensamiento en “Vivir, no desvivir”

  1. Decía Marina cuando estudio los sentimientos que la palabra desvivirse no existía en otros idiomas.Desvivirse por alguien o algo es una forma de dar lo mas valioso que tenemos.Desvivirse paradojicamente nos hace vivir con mas intensidad.

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