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Estoy solo cuando dudo de Ti

Adentrarse en el Silencio conlleva afrontar una cierta soledad. Cuando uno se adentra en una cueva profunda, primero salen los murciélagos, se aventan las sombras, y nos sobresaltan, si seguimos, como describe Cervantes en la entrada del Quijote a la Cueva de Montesinos, uno llega a lo profundo y se percata de que una gota de agua cae lentamente sobre un lago en calma, uno se encuentra en la vibración familiar del Silencio.

Quizás todas nuestras huidas, todas nuestras angustias, sean provocadas por el pánico que nos da entrar en lo profundo, en la soledad del hombre, por eso a lo mejor tememos al paso del tiempo, porque nos enfrenta constantemente con este reto de afrontar el contacto con uno mismo.

“No uses a nadie ni a nada para huir de tu soledad”  decía Moratiel, y tantas veces que buscamos fuera una distracción, una felicidad superficial que nos ahorre entrar dentro y mirar de frente nuestro miedo a quedarnos en una cierta soledad. Pero eso nos hace esclavos, dependientes, y probablemente lo seríamos gustosos si no fuera por el dolor que conlleva, por la asfixia, si no fuera porque la vida, incluso a nuestro pesar, nos impulsa hacia esa dicha plena que nos corresponde como heredad, por nada, sin hacer nada por merecerla.

El amor no hay que merecerlo, probablemente si percibiéramos que somos amados, podríamos entrar con confianza. Dice Christian Bobin que cuando uno ha sido amado verdaderamente, “mirado” verdaderamente, aunque sólo haya sido una vez en la vida “es como si se te hubiera dado un alimento… que te basta. Te basta incluso si no es renovado, incluso si no te es dado nuevamente, incluso si no sabes bien en que consiste. Es suficiente quizás haber recibido esto y no dudar de aquello que te ha sido dado, no dejar que se pose la duda sobre ello. Es bueno dejar el resto de la vida en un gran estremecimiento, en una fiebre, en una inquietud – que es buena, siempre que no se dude sobre ese pequeño punto en el que se sostiene.”

“Todo el misterio del Silencio es que nos pone en contacto con nosotros mismos.”
J.F. Moratiel

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El peso del silencio

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Me pide Rafa un escrito sobre este pasado retiro a las faldas del Anboto, nuevamente acogidos por nuestras ya hermanas de camino del Barnezabal del Berriz. Y me sale recurrir a la foto que Karmele nos ha regalado de la montaña, de cuyas cuevas parece descender Mari, su Dama, hecha fulgor de luz. Porque si en la foto la luz se hace forma, en este retiro ha cobrado peso el Silencio. Pocas veces como este fin de semana me he sentido tan sobrecogido por la presencia del vacío, la solidez de una ausencia de ruido que hacía igualarse a silencio y sonido. Un silencio que podía tocarse en el zendo, tal era su densidad.

Cuando el Silencio pesa así, se abren las puertas del cielo, y también las del infierno. Se presenta la conciencia desnuda y ante ella no caben disimulos ni guaridas donde esconderse. La dicha hecha ola de inspiración y resaca de espiración te hace el amor y te gesta el vientre, pero también queda en bragas la sombra, descorridas las cortinas de la razón. Hay que ser valientes, sí, para liberar y mirar a los ojos al lobo que amenazante gruñe, pero no menos que para mantenerlo enjaulado a costa de la felicidad, y a veces de la salud. Se queja la mente, que se las prometía felices con cada cosa en su sitio, cuando entra el vendaval arramplando con todo, sacándote a empujones de tu confortable salón. Pero sabe que en el fondo te estabas consumiendo, y que las puertas y ventanas aterradoramente abiertas son el trampolín a la libertad. Y a tientas, dudando y con miedo, te arrastras a gatas por el oscuro túnel al que aboca la atención. Hasta que tocas algo que late entre quejidos y ya, de perdidos al río, te entregas: sin reja que te Seguir leyendo El peso del silencio

Cuando somos

Dicen del mar que contiene todos los elementos de la tabla periódica.

Si realizamos un paralelismo entre el mar y el transcurrir de la Vida, con sus corrientes y todos sus elementos múltiples y diferenciados, podríamos decir que el ser humano es como un grano de sal en el mar de la vida que en sí lleva la Tabla Periódica del Universo entero, la sabiduría profunda y la plenitud de lo inefable.

Pero esos seres que somos cada uno de nosotros, nos hemos encarnado en panoramas y realidades diferentes: familias, culturas, países, continentes, época… que nos ha otorgado un resumen de información condicionada por el propio contexto de pertenencia y herencia.

Descubrir, tomar conciencia y sentir esa realidad de origen único y compartido en la indivisibilidad, en donde todos los seres sensibles e inertes somos múltiples manifestaciones de lo Uno, parece ser el camino espiritual.

El sentido último de las palabras es la descripción de la experiencia sentida, pero éstas nunca llegan a alcanzar, ni siquiera rozar, la auténtica profundidad de lo vivido.

En la experiencia personal de la llamada práctica “espiritual” –más bien vivir desde la conciencia de ser plenamente humana-, en el inicio de la práctica del zen, aunque se explicita que la práctica meditativa es “la muerte en el cojín” sin meta que alcanzar, anidaba una Seguir leyendo Cuando somos