Sin dejar apenas huella

La mente que busca el Buda es la mente que reconoce la impermanencia del mundo. Cuando uno reconoce la naturaleza efímera del mundo, no pueden surgir ni la mente centrada en sí misma ni la que persigue la gloria y las riquezas… Si no existe un yo, nada hay a lo que aferrarse.

Dogen

Para este gran maestro japonés, olvidarse de sí mismo es la clave para despertar al Ser.

¿Cómo –se pregunta Karl Dürckheim- se manifiesta el Ser? ¿Bajo qué forma –insiste- se expresa? ¿Qué criterios se pueden seguir que nos garanticen que aquello que consideramos expresiones del Ser no son pura ilusión?

Transcribo su respuesta: un criterio seguro es el hecho de que nuestro Ser exige de nosotros el aceptar la vida total, según se presente, con su dolor y su sufrir, y que, dejando a un lado nuestras aspiraciones egoístas, no admite reposo ni parada, sino al contrario, exige ir más allá de lo que ya ha sido, así como estar listo para soltar presa, para aceptar la muerte.

Renunciar al yo equivale a soltar las posiciones adquiridas, exige la gran conversión y transformación en lo que realmente somos. La metanoia de un nuevo nacimiento.

Y el Ser no defrauda: abraza al hombre cuando éste tiene el coraje de no dar marcha atrás ante un gran sufrimiento, sino, por el contrario, acepta el dejarse consumir por él, con fe en lo que le espera más allá  de la nada, aunque en esos instantes le asuste (el hecho de que le asuste es justamente lo que le da fe…)

Siempre he dicho que el Espíritu es salvaje, que sopla donde quiere. Y no lo afirmo gratuitamente; lo sé, lo he vivido, lo escribo. No podemos crear experiencias numinosas, pero sí podemos luchar mediante el ejercicio continuo contra los obstáculos que impidan el asentamiento y desarrollo del Ser en nuestro interior y su transparencia al exterior. Y una forma es, como señala el sabio de Selva Negra, aprender a dominar su egoísta voluntad de durar,  sobrepasar el temor frente al dolor, y a tomar sobre sí la dolorosa realidad de la existencia. De ese modo actúa el ser humano en su camino de ser permeable al Ser. Se trata de dar abiertamente el salto. De esa inaudita apertura al infinito brotará la salvadora liberación. Creo que en este sentido es oportuno añadir un cuento zen antiguo que escuché de la cálida voz de Gisela Zúñiga:

Érase una vez un hombrecillo de sal que yendo de camino por cálidas regiones y desiertos llegó a la orilla del océano. De pronto, descubrió el mar ante su vista. Nunca lo había visto con anterioridad, por lo que no entendió lo que era.

– ¿Quién eres tú?- preguntó el hombrecillo.

– Soy el mar – respondió el océano.

– Pero, ¿qué es el mar? – siguió el hombrecillo preguntando.

– Yo – repuso el mar.

– No lo entiendo – murmuró para sí con tristeza el hombrecillo -, Pero, ¿cómo podría entenderte? ¡Me gustaría tanto hacerlo!

– Tócame -dijo el mar.

Entonces el hombrecillo tocó tímidamente al mar con la punta de los dedos. Y empezó a entender el misterio del mar. Pero enseguida se dio cuenta de que las puntas de sus dedos se habían desvanecido.

– ¿Qué es lo que has hecho conmigo, mar?

– Me has hecho entrega de algo tuyo para poder entenderme – dijo el mar.

Entonces el hombrecillo empezó a disolverse lenta y suavemente en el mar, como una persona que llevase a cabo el acto más importante de su vida de peregrinación. Conforme iba sumergiéndose en el océano, se hacía cada vez más delgado. Pero en esa misma medida iba también teniendo la sensación de que cada vez entendía mejor al mar. El hombrecillo adelgazaba y adelgazaba, y mientras tanto seguía preguntándose:

– ¿Qué es el mar?

Y entonces, una última ola lo consumió por completo. Pero en este último momento pudo hacer suya la respuesta del mar y decir:

– El mar soy yo».

Nuestra vida

¿con qué puede compararse?

Con la gota de rocío

que el pájaro acuático sacude de su pico,

en la que se refleja la luna.

T. Desimarhu

 

Se refleja la luna. Y se refleja el infinito.

 

Ha pasado algún tiempo. El tiempo pasa y no deja nada. Lleva, arrastra muchas cosas consigo. El vacío, deja el vacío. Dejarse vaciar por el tiempo como se dejan vaciar los pequeños crustáceos y moluscos por el mar. El tiempo es como el mar. Nos va gastando hasta que somos transparentes. Nos da la transparencia para que el mundo pueda verse a través de nosotros o pueda oírse como oímos el sempiterno rumor del mar en la concavidad de una caracola. El mar, el tiempo, alrededores de lo que no podemos medir y nos contiene.

J.A. Valente

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