La fragilidad silenciosa de un niño

Tú, Espíritu inasible,
que, al carecer de nombre y rostro,
optaste por hacer visible tu semblante
en cada rasgo y rostro humano…
Que tu cincel, Abbá entrañable,
esculpa nuestra faz
hasta poder transparentarte.
R.R.
Elegiste la fragilidad silenciosa de un niño desnudo poniéndola al resguardo de una mujer. Su palacio, un pesebre. Murió también desnudo. La elección de un hombre libre…
Desde el pedestal de la soledad, en vísperas del Gólgota, tu Hijo afirmó “creedme, yo he vencido al mundo”. Ello me anima en las horas oscuras de mí fragilidad,
«Maestro» le llamaron. Pero la credencial como maestro de tu Hijo no se fundamentó en el certificado o reconocimiento escrito de un gurú o alguien parecido, sino que su sostén fue la potente experiencia amorosa de tu ser materno al que llamó Abbá. Ni cimentó su fortaleza en institución o cargo externo alguno, sino en el Fondo Amoroso de esa Fuente de Vida, esa presencia activa que le nutría en cada instante. Tal era su desnuda credencial: facilitar a los demás esa misma posibilidad liberadora de acceso a la Gran Fuente que él mismo había des-cubierto. “No os dejéis llamar maestros ni rabinos”, solo ese maternal Padre lo es.
Tu hijo Jesús, escuchaba atento, y esa escucha atenta fue y sigue siendo la respuesta de unos seguidores a los que dejó solos para que en su soledad despertaran al susurro que mana del Espíritu de Vida que en todo ser creado habita. Su Ley era el Amor que emanaba de ti, el que hace al ser humano hijo de Dios unificado en ti, Abbá entrañable..
Por esa razón su mensaje es, mejor que nadie, comprendido por los pequeños, los marginados, los pecadores, los enfermos… que, vaciados de egocentrismo, ceden su lugar y facilitan que el rostro de lo innombrable se revele en toda la Tierra. De ahí mi oración:
Tú, Espíritu inasible del mismo Dios,
que, al carecer de nombre y rostro,
optaste por hacer visible tu semblante
en cada rasgo y rostro humano…
Ruego que tu cincel, Abbá entrañable,
esculpa mi faz
hasta poder transparentarte

 

R.R.

 

Música: Opening – Philip Glass

 

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