Franja de Gaza, julio de 2014

Rostros destrozados de niños de dos a cinco años. Ojos en blanco de muerte, que nos interpelan si es posible en el ser humano tanta inhumanidad. Vidas truncadas sin sentido y sin por qué. Niña de nueve años muerta en los brazos de su madre. Gritos de pánico y de odio, y de impotencia y de desesperanza…

Los inocentes vuelven a revivir en Gaza la noche oscura de Auschwitz. Nuevos verdugos descendientes de otras víctimas.

¿Cómo parar la locura de los racionales cuerdos de una economía que mata? Los poderosos del mundo siguen en su oficio de mentir y matar a sus semejantes, destacando entre ellos los más pobres e inocentes. En Gaza se entrecruza la crueldad de un dios vengador (del que Saramago decía que «era un mala persona») con la del Dios Mercado. Lo tienen claro los inocentes. La Humanidad en Gaza se encanalla día a día, hasta tal punto de que creemos que “eso es la normalidad …”

Mas, queriendo hallar alma en tanto desalmado, buscamos referentes que nos rescaten ESO, eso que llamamos el sentido del vivir, pero parece como que si el fuego del odio se estuviera haciendo planetario…UNA SEGUNDA NATURALEZA INHUMANA SOBRE LA HUMANA ORIGINAL.

Aunque más abajo, en Sudáfrica, uno de esos referentes dejó escrito: “una persona pertenece a una totalidad y se empequeñece cuando otras personas son humilladas”.

Viendo el dolor y la sangre de una Humanidad que se desangra en Palestina en este sangriento verano de 2014, con un nudo en la garganta tememos volver a decir lo que en plena guerra mundial dijo el gran poeta alemán Paul Celán en 1943: “después de Auschwitz ya no habrá más poesía”.

Pero, ¿acaso no nos queda aún un espacio para la esperanza, una pequeña holgura, para recuperar eso que yo llamo el ESTADO DE INOCENCIA con que la Vida nos dotó a través de los niños, la savia de la Humanidad?

El referente citado arriba, Nelson Mandela, es uno de los millares de personas que nos pueden guiar; un día dejó dicho: “El resentimiento es como beber veneno con la esperanza de que va a matar a tus enemigos. Cuando estaba saliendo de la cárcel, después de 27 años, en dirección a la puerta que me llevaría a la libertad, sabía que si no dejaba mi amargura y el odio atrás, seguiría encarcelado…” a ESO llamo yo estado de inocencia. Que no es sinónimo de estulticia.

Imposible cambiar sin cambiarse; imposible vivir sin amar. Odiando.

En casos difíciles yo me subo a los hombros de Mandela; también de José Saramago, como a los del nonagenario poeta comunista Marcos Ana, que después de treinta años en las cárceles franquistas, salió perdonando y contagia juventud.

La misma historia que se repitió en el también poeta y partisano René Char, una referencia mundial en literatura, y miembro activo en la Resistencia Francesa que aun encarcelado y torturado, en el corazón del sufrimiento y la tortura que los alemanes de las SS ejercieron sobre él y sus compañeros, tuvo coraje de exclamar que «no se permitiría perder ni romper el hilo de la confianza en la humanidad»: “ aquel día amé salvajemente a mis semejantes, mucho más allá del sacrificio”.

Nadie nace odiando, el odio se aprende. También podemos aprender a amar, el amor es connatural, viene con la leche materna, aunque la religión del mercado lo olvide y enseñe desconfianza en sus centros y universidades. La compasión es, será, la impronta de todo militante revolucionario después del Auschwitz de Gaza.

En este duro verano, y a pesar de él, aún queda espacio para la esperanza en el ser humano. A eso le llamo yo Estado de Inocencia. Sí, aún nos quedan niños, aunque sean nonagenarios.

Niña en Gaza

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