El Sabor del café

Estaba preocupada esa mañana… esas cosas, tantas cosas que nos ocupan la mente, que nos parecen tan importantes que diríamos que es imposible dejar de pensar en ellas. Era un sentimiento que dolía, una carencia, una expectativa, da lo mismo, el caso es que bebí la taza de café, cabizbaja, en dos o tres tragos, y comencé velozmente a recoger los restos del desayuno, entonces lo vi, en ese sobrecito arrugado de azúcar ponía: El sabor del café , en letras claras y grandes, y de repente me di cuenta de que no había saboreado el café esa mañana. Quedaba un poco en el fondo de la taza y lo probé emocionada, porque intuía lo que iba a comprender en ese momento, gusté entonces del sabor del café, ese sabor concreto de esa taza, de ese día, de esa mañana, y era bueno, muy bueno, y me lo había perdido.

Nos perdemos el sabor de cada cosa si estamos aferrados a nuestros pensamientos, a lo que nos duele, a lo que nos hicieron, a lo que nos será difícil. Y lo que más me llamó la atención es lo bueno que estaba aquel café ¿cómo no me había dado cuenta antes? Lo que había de bueno en ese café era que podía atenderlo, esa mirada atenta era lo que le daba su cualidad, su sabor, “la atención es amor que mira”, esta vez me permití saborearlo. “Gustad y ver que bueno es el Señor” dice un salmo. Él, Ella, el Misterio está en cada cosa, dándose.

La vida siempre tiene una taza de café para nosotros, es algo sencillo, asequible, y si no es el café, es una sonrisa, o una palabra, cualquier cosa, la única condición es no perdérnosla, estar atentos. Desatendemos saborear la vida porque quizás tememos paladear lo que nos duele, quizás fue un mecanismo de defensa en el pasado, o en el presente, pero madurar es afrontar también los sabores amargos, mirar de frente la desesperación, la ansiedad, la amargura, y quizás descubramos que su sabor es sabiduría, que ese sabor nos nutre más que ninguna otra cosa en ese momento, y quizás ya no nos resistamos a esa amargura y se transforme en otra cosa. «Sufrimos por gravitar en la superficie de las cosas y no en el centro.»  El centro de las cosas, el espacio interior del mundo en el que estamos contenidos, es nuestro propio centro, esa mirada a lo invisible y esa mirada es poesía, podemos mirar, como poetas que todos somos, estos días, estas mañanas, que nos son regaladas, algo siempre está naciendo y tenemos derecho a la poesía, a ver ese otro lado de las cosas, ese lado en el que nos hablan, en el que se transforman en reales.

Todos los sabores de la vida están ahí para nosotros, y nos merecemos eso, nos merecemos existir, ver, paladear de esa manera la vida, es nuestra herencia en este mundo, y nuestra libertad.  “He venido a traer vida y vida en abundancia. La vida nos lo da todo, nos lo ha dado todo ya, existimos, hemos recibido ese don, gratuitamente, pero tenemos que tomarlo, tenemos que creernos merecedores de tomarlo en nuestras manos, de aceptarlo, de hacerlo nuestro. Nos merecemos estar presentes, no perdernos el vivir, aunque duela, aunque nos desgarre a veces. Creo que vivir esto requiere rebeldía, valor, locura, porque no es esto lo que nos dijeron que es la vida, requiere ocupar nuestro lugar en el mundo, el que nos ha sido dado; requiere amarnos lo suficiente para soltar todo lo que nos sobra, lo que nos lastra, lo que nos impide ver y paladear; soltar todo eso con lo que cargamos, nuestros miedos, deseos, expectativas…soltar lastre y volar. Volar porque confiamos en que ya es hora de dejar de protegernos que podemos sentirnos en toda nuestra vulnerabilidad, que podemos sentir nuestra honda soledad, nuestra incertidumbre, nuestro miedo, nuestra confusión. Volar porque somos tierra. Nuestra fuerza es tomar conciencia de nuestra fragilidad.

No podemos perdernos la vida, no podemos perdernos esta bendita plenitud que se nos ofrece. ¿qué más podríamos esperar que lo que ya está aquí? Todo está aquí, ahora, entregado a nosotros, abierto, todo es ofrenda.

El sabor del café,

la soledad más honda,

tu risa, estas lágrimas,

la mañana.

 

El amor da forma,

reconcilia,

es todo el sentido que precisamos.

 

Todos los sabores de la vida,

tantas cosas que pasaron,

algo permanece,

algo Es.

 

Presencia, sin pretensiones

belleza.

 

Solo ser, ahí en lo hondo,

en la piel, en tu rostro

el mundo se revela

y da gracias.

Un pensamiento en “El Sabor del café”

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