Árbol, árbol, árbol

Como un árbol que tiende sus ramas me asiento en la tierra.

Árbol lleno de hojarasca, ramas viejas, flor marchita, tronco herido y sabia helada.

Un pájaro se mece en mis ramas, trina su canto susurrándome al oído. Cae la noche el pájaro duerme, y al despertar el pájaro no se ha ido. Permanece allí observando a aquel árbol marchito. El pájaro despega, su labor ha cometido.

Pronto cae la hojarasca de mis ramas. Pronto caen las ramas viejas que ya no sustentan mi tronco herido. Mi tronco se deshiela y con él mi sabia.

En la nada me quedo, arraigada en la tierra. En la nada estoy, solo con mis raíces.

Llega la primavera y brotan mis ramas, ramas nuevas, ramas fuertes, ramas que se alzan al cielo para dar y recibir. Y el cielo me abraza. Matándonos nos nace ( como dice Eduardo Galeano) de la integración del cielo y la tierra.

Y pronto nace mi flor, mi nueva flor, mi esencia de ser, de estar en la vida. Desde la confianza.

Y después de este, mi texto, haciendo referencia A Eduardo Galeano me sale compartir este poema del Libro de Los Abrazos. Dice así. La pequeña muerte.

No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.

Amaya Gomez

Transparentar

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