Amanecer en Berriz

Era muy de mañana, sin despuntar aún la aurora.
Yo preparaba un esquema para la charla mañanera.
Aunque la terca hoja en blanco se resistía al acoso de la tinta.
Pero al elevar la mirada desde mi ensimismamiento,
descubrí (des-cubri) asombrado el imponente macizo de Anboto
dejarse amanecer en mis pupilas.
Yo aparqué mis quimeras, mis esquemas, mis razones y entelequias
al borde de la mesa. Hablaba sola la belleza.
Y, asombrado, alcancé con la sola mirada, al confín del nevado roquedal
despuntando a la luz irremediable de los primeros rayos,
E, igual que lo hace un tembloroso niño,
regresé arrodillado al Fondo del Origen sin distancias ni diques, ni fronteras,
allí donde el pulmón alegre se abre al viento amanecido.
Y al ritmo de la estrofa y del latido, el respirar se hizo Zen
silente,
invulnerable,
agradecido.

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