La guerra en mi

 

Experimento cómo al mencionar la injusticia de la guerra, las decisiones políticas, incluso al tocar el sufrimiento de tantos, fácilmente se activa mi mente y su juicio… ese que surge de vivirme separado… ese que brota de mi propia herida.

Y ahí es ésta, la herida, la que se expresa… en una mirada separada.. Y desde ahí no hago, quizás, mas que echar leña al fuego, proyectando mi propia guerra.

Sí… mi dolor y rabia huelen a pólvora que se une al silbido de las balas, al sabor de creerme amenazado.

Y lejos de buenos y malos, héroes o villanos, la locura de la guerra, ¿no es expresión de una ignorancia? La del que no sabe quién es el otro porque está perdido de sí mismo.

Sí… ¿Dónde está el enemigo sino en uno mismo?

¿Qué lleva a lanzar una granada, tomar un fusil y disparar… luchar por una bandera, una tierra, una creencia o riqueza económica?… ¿Qué lleva a quitar vidas y dar la de uno por ello?…

Cuando la vida no levanta banderas ni sabe de tierras ni diferencias.. porque es unidad.

Pero mientras encumbre mis ideas o creencias y me crea que necesitan ser defendidas, mientras proyecte mi dolor y esconda la ignorancia de no saber quién soy, crearé enemigos y montaré guerras, obedeceré órdenes que no surgen del corazón, despreciaré al que piensa diferente, sea de otro país o del mío, de otra familia o la mía.

Y mis palabras y acciones quitarán vida en lugar de ofrecerla… y a mí se me irá mía en el empeño.

Quizás sólo si me enfoco dentro, atiendo mi dolor, curo mis heridas, reconozco mi ignorancia… quizás entonces empiece a sanar y encontrarme…

Experimentando una paz que no es fruto de librar una guerra sino de descubrirme y abrazarme entero.

Quizás entonces pueda enfocar esa mirada fuera y vea el mismo dolor y confusión… y descubra que no hay enemigo al que enfrentarme…

Quizás ahí pueda ofrecer la paz que ya vivo, la paz que soy.

Sí.. más que una guerra, es una aventura lo que me espera dentro… esa que me lleva a atravesar tormentas y desiertos, a habitar páramos y cuevas, a pisar el barro…

En un viaje que me va descubriendo nuevos espacios y amaneceres.

Que podré compartir y a la vez descubrir fuera.. reescribiendo la historia en cada mirada y elección…
Soltando los líderes y guías para dejar que me dirija el pulso vital que respiro a cada instante…

Sí, que sea esa mirada del latir del amor la que marque mis pasos.

Ahí todo cambia, porque yo lo he hecho… ahí conecto con la humanidad de cada encuentro, con la belleza a cada paso, con la posibilidad en cada suceso, con la ternura que sostiene todo momento.

Ninguna violencia va a traer paz…No necesito armas.. ni siquiera un escudo..

Me quedo a vivir en un corazón abierto… que toca la verdad de lo que soy y me une a la vida… que te ve hermano/a y es más fuerte que las balas.

 

 

 

 

Música :  Paul Mounsey – A child

Hacemos Zen, para despertarnos… y para transformarnos

 

Despertar  

De un modo u otro, a todos nos ha sido dado vivir momentos especiales  en los que el Ser que late en la profundidad se ha sentido especialmente  dichoso. Vivencias que salen del marco de lo ordinario y que, no  obstante, uno se da perfectamente cuenta de que siempre estuvieron «ahí»,  en nuestro interior y en el interior de todas las cosas. La desgracia radica  en que esas vivencias, lejos de tomarlas en serio, las subestimamos como  si fueran una trivialidad. Nuestra formación, exclusivamente racional,  condiciona nuestra falta de coraje para atrevernos a saltar el orden  establecido por la conciencia unidimensional del llamado Pensamiento  Único, con el fin de que «lo otro» pueda al fin manifestarse. Pues no  deja de ser un gran infortunio que reprimamos no sólo la sexualidad, la  agresividad, y todo eso que, siguiendo a Freud, conforma el inconsciente  sumergido, sino, sobre todo, que reprimamos la emergencia del Ser que  clama por abrirse paso: el inconsciente emergente. 

El Zen, y la Noticia que él conlleva: El Ser, nos brinda esa voz secreta  que clama en los instantes numinosos; propicia esos momentos en los que,  extinguido el yo, también la dualidad queda extinguida y, liberados de  la tensión sujeto-objeto, puede así aflorar el gran abrazo de la Unidad.  Porque la experiencia del Ser envuelve al ser humano en un abrazo cuando éste ha asumido el riesgo de vivir afianzado en la promesa de que tras su  nostalgia se esconde la plenitud del Vacío, origen de toda forma. 

Hacemos Zen, para despertarnos. Y para transformarnos. Así se entiende  el creciente interés por la meditación como transformación personal. La  significación vital que ha adquirido, por ejemplo, el estudio del Zen en  Occidente, arranca de la crisis espiritual de nuestra cultura. No obstante,  la mayoría de los occidentales no tenemos conciencia de nuestro propio  malestar, o de la melancolía, descrita como «mal du siecle» (la muerte  de la vida, la automatización, su enajenación bajo el pensamiento  estereotipado por los medios de comunicación). Llevados por la Diosa  Razón de la tecnología, hemos separado cada vez más el pensamiento y  el afecto; el yo se ha identificado con el entendimiento, y su herramienta,  la razón, debe controlar la naturaleza y la producción de innumerables  cosas. Ese es —dicen— el fin de la vida. En este proceso, el ser humano,  subordinado a la propiedad de las cosas, él mismo se ha enajenado o  alienado al convertirse también en una cosa. El ser, ocluido por el tener,  ha llevado al ser humano a un grado de represión afectiva de tal calibre  que ha sido enajenado no sólo de su propio entorno, sino de su propio  cuerpo. La práctica del Zen aviva esa conciencia. 

Desde ahí, como más arriba afirmé, puede comprenderse el afán de  tantas personas, cada vez más numerosas, por adopatar un cambio de  viraje que le faculte para encontrar dentro de sí el sentido de una vida  que jamás hallaron fuera. Tal es el sentido del Zen, y tal es el sentido de  la Plenitud de su Vacío.  

 

Música: Celtic Music – A little palce called home

 

Zen, una experiencia independiente  de toda cultura y religión 

Zen, una experiencia independiente  de toda cultura y religión 

El camino del Zen encierra un mensaje no sujeto a ninguna cultura ni  tiempos determinados. Así, para el teólogo medieval alemán Eckhart,  castigado por la Inquisición y tan admirado tanto por el gran psicoanalista  Erich Fomm como por el famoso maestro Zen Suzuki, aquello que somos  en nuestro ser profundo no nace ni muere. De ahí que para él la moral  siempre fuera una cuestión de segundo orden. La religión, más que  centrarse en códigos morales, debería señalarnos quiénes somos, que es  lo que persigue el Zen, y cúal es la auténtica fuente de moralidad que nos  lleva a la experiencia del amor al prójimo. Además, cuando uno cae en  la cuenta de quién es, desaparece el miedo a la muerte, porque lo que  somos en el fondo no muere. Desde esa perspectiva, es un error creer  en un juez que me juzgará después de la muerte. El maestro Eckhart,  (tan admirado por los filósofos y practicantes de Zen de la Escuela de  Kioto), arrancó del alma humana algo tan habitual en la Iglesia como  era, y sigue siendo, el miedo y la culpabilidad, piedras fundamentales  en todo poder temporal. Fue demasiado lejos. Libre como un pájaro, se  acercó demasiado a Dios por cuenta propia, sin el previo permiso de los  teólogos, que, desde aquellos tiempos, siguen temiendo que las personas  dejen de sentirse pecadoras al liberarse del servilismo de quien necesita  ser salvado. Por eso fue condenado. Eckhart, igual que los místicos  de todos los tiempos, sigue siendo una amenaza para el poder de las  iglesias. Pero para él, como para todos sus compañeros de camino,  la autoridad esencial reside en la propia conciencia, en la propia  experiencia del Ser que se ofrece en cada instante a ser experimentado.  Eckhart es el precursor medieval del Zen europeo

Rafael  Redondo

 

Música.  Nightnosie  – something of time

 

 

Meditación Bilbao