Se trata de atravesar el miedo

 

Se trata de atravesar el miedo a perder la propia individualidad, la que limita y encapsula el alma en el cilindro corporal percibido como ego. Ello supone un cambio fundamental, una metanoia, una transformación radical que pasa por la ruptura de los viejos sistemas de refugio y protección. Esa metamorfosis exige la muerte del yo, la aniquilación de las formas caducas, siendo ese el precio que la Vida exige para que el ser humano halle su centro y encuentre la luz que fulge en el corazón de la penumbra.
El Ser, en su afán natural de manifestarse en la forma que nos ha sido dada, exige de cada ser humano una disposición a no detenerse en esa vía, sin meta ni llegada, que es el Camino. Y lo deberá hacer sin reservas.
Hallar en la más profunda vena del corazón humano la raíz inextinguible del fondo que late en nuestros latidos, es ya un indicador de que puede admitir el sufrimiento inherente al sendero liberador. «Que sepa sufrir –y no que ya no sufra– es la prueba de que ha alcanzado su centro», afirma Dürckheim, quien añade que «vencer el sufrimiento significa ser capaz de sufrir el dolor. La única forma susceptible de dar fielmente testimonio del Ser en el mundo es este dominio de sí mismo».
En el entorno sociológico de los practicantes de diversos tipos de meditación, puede darse el hecho (como sucede en personas estresadas provenientes del mundo empresarial, o en tantos eruditos practicantes que entienden de lo que no comprenden) de que habiendo paladeado la dulce cercanía del Ser, deseen afincarse en una suerte de luminosa evasión que les garantice la redención de por vida del poder de las sombras. Sin embargo, es precisamente el reino de las brumas el que paradójicamente nos brinda la ocasión de poner constantemente en juego la veracidad del fulgor adquirido en el contacto con lo numinoso. Quien no se arriesga a vivir el Centro desde y en el mismo brocal del cráter del volcán, se aparta del auténtico camino apartándose de la órbita del Ser.
«Tener el coraje –añade Dürckheim– de hacer un arriesgado don de sí mismo es lo que engendra la forma por la que el hombre, con plena conciencia, responsable y libre, mantiene el contacto con su Ser esencial permaneciendo en su centro no de un modo pasajero, sino de forma constante. El hombre (sic) sigue siendo hombre(sic) incluso en su forma más sublime. Si una vez llegado a su Ser esencial, se ve apartado del mundo, es que no ha alcanzado su centro personal. Lo cual exige un ejercicio metódico».
Rafa Redondo

 

Música:  Philip Glas – Joue Mad Rush

 

Observar la experiencia del silencio

 

Observar la experiencia del silencio, es constatar- que no hay nada que alcanzar. Observar que sólo ese ser silencioso merece el sin-nombre del nombre de Dios. Observar que sólo el Ser es. Vivir el Ser, vibrar en el Ser. Tal es la consecuencia de ese desprenderse: muerte devenida en Vida.
Pero, además, no olvides que…..
Cuando sientas que todo se derrumba,
en ese espacio fuera de límite y lugar,
acude a su cita. No hay alternativa.
En tu más temblorosa soledad
escucha a tu corazón,
donde el suyo te habla, bajo el suave silbido del bambú.
Y ante tal presencia muda, permite que su mirada
incendie el alma de tu canción,
que tus ojos se fundan con los suyos,
y prenda para siempre fuego a tu poema.
Cuando todo se derrumba es que Ello está cerca.
Por eso quema.
No tenga(mo)s miedo.”
Rafa Redondo
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Alicia Martínez Martínez y 11 personas más
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Múisca: Philip Glass – The Hours

 

El Zen, la densa vacuidad

«Cuando examinamos todo lo que llamamos mente, sólo vemos un
conglomerado de elementos mentales, no un sí mismo. Sensaciones, memoria, percepción, están moviéndose a través de la mente como hojas en el viento. Es algo que podemos descubrir mediante la meditación».
Ajan Chan

 

Insistimos: quien intente conceptuar o definir con el Zen es que no lo
ha entendido. Esa es, sin, duda la razón de mi osado atrevimiento
para hablar sobre él. Vaya aquí mi autocrítica inicial. Pero, si no una
definición, si postularé un pequeño acercamiento.
Desde la década de los sesenta se vienen reduciendo las distancias con un Lejano Oriente cada vez menos lejano; éste resulta ya menos mítico y misterioso. Oriente es una realidad concreta, cada vez más necesaria de ser tenida en cuenta a la hora de aprender eso que aquí hemos olvidado y que podríamos llamar el «arte de vivir».
Sin embargo, tantos siglos de lejanía hacen todavía del Oriente un
extraño; pero, aunque extraño y lejano, ahora que ya ha montado su
tienda de campaña entre nosotros, podemos comprobar lo mucho que tiene que enseñarnos su sabiduría milenaria. «Es curioso —me decía un sacerdote católico— que antes fuéramos nosotros a hacer de misioneros con ellos y sean precisamente ellos los que ahora hagan de misioneros con nosotros». Así que intentar seguir ignorando a Oriente no sólo resulta a estas alturas grotesco, sino que supone cerrar los ojos a la realidad y privarnos una vez más de la ocasión de enriquecer nuestro horizonte personal, nuestra cultura obsesivamente racionalista. Esta influencia oriental —y estoy pensando fundamentalmente en el Japón—
se ha venido dando en diversos campos, no sólo en el económico. En un trabajo científico publicado en el «Boletín de Estudios Económicos de Deusto» ya intenté demostrar la innegable riqueza que dicha influencia ha ejercido en las dos últimas décadas en el campo de la Psicología industrial.
Ello me indujo a introducirme «dentro» del mundo interior del operario japonés, para ver qué pasaba por su cabeza, qué sentía ante su cultura, cómo vivenciaba sus rituales y, sobre todo, qué importancia ha tenido y tiene aún el Zen dentro de su inconsciente colectivo.
Lo afirmé más arriba, y lo reitero: uno de los más revolucionarios
aspectos del Zen es la propiedad que tiene de cambiar la conciencia, de cambiar la mente como quien da vuelta a un guante. Y eso preocupaba a una compañera mía de facultad, psicoanalista de formación, cuando yo me esforzaba en transmitirle mi experiencia:
—Pero eso —me espetó alarmada—, ¿no será una regresión a los
estadios psicóticos pre-lógicos?
—El místico zen, lo mismo que el psicótico —le dije, citando a Laing—,
nadan en el mismo océano, sólo que mientras el místico flota, el psicótico se hunde. Ya el mismo Freud —y quiero redundar en esa cita— intuyó que la sensación del ego del que ahora somos conscientes no es más que el simple vestigio de una sensación mucho más amplia, una sensación que abraza al universo entero y expresa la inexorable condición existente entre el ego y el mundo externo. Con ello el narcisismo queda superado.
Uno de los grandes maestros Zen de la época T’ang dice: «Un hombre que es dueño de sí mismo, donde quiera que se encuentre, se comporta con fidelidad a sí mismo. A este hombre yo llamo maestro de la vida».

Transcribo de nuevo la afirmación recogida anteriormente «Pienso, luego existo». Con esta emblemática afirmación, adquiere carta de ciudadanía la Filosofía occidental. Pero, ¿qué pasa cuando no pienso? Con esta interrogante, podemos aproximarnos al Zen, donde el percibir y sentir, en tanto que vivencia y experiencia, se hacen cuerpo y carne, y en ese cuerpo y carne-materia, se gesta la condición de posibilidad de vivir y vibrar en el aquí y ahora en una suerte de conciencia sensorial donde
el sufrimiento se halla rodeado por el gozo igual que la muerte por la
vida. Unificar ambos contrarios es el resultado de la madurez lograda
a lo largo del ejercicio meditativo, donde la luz y el gozo acaban
extinguiendo las tinieblas, Porque el sentido del vivir verdadero es gozo, gozo porque sí, gozo sin objeto. Ese es el mensaje profundo del Zen.
Mas ¿no será todo esto otra ilusión histórica, otra alienación religiosa más, o un engaño mágico provocado por el juguetón duende maligno que tanto alarmaba a Renato Descartes y, posteriormente tanto inquietó a Karl Marx?
Por eso es capital responder a las cuestiones de cómo el ser se expresa, en qué criterios podemos fiarnos, para no caer en el engaño de querer salir de una falsa conciencia entrando en otra aún más ilusoria. La respuesta brota en el resultado de una praxis: el ejercicio, la atención, el ejercicio, la atención, el ejercicio, la atención del ejercicio paciente del Za-Zen…
A algunos nos interesa vivir el Zen, que es la única manera de
comprenderlo. Me refiero al Zen sentado, esa modalidad —la más
emblemática— del Zen, cuya traducción es —como hemos dicho—
esperar sentados la Noticia. Des-identificarnos del yo-pensamiento o pensamiento-yo. Vaciarse del ego, para que la noticia fluya transparente.
Tal es la experiencia milenaria de la que aquí hablamos.
Vaciarse del ego, llenarse del Todo, que es la Vida. Viendo, además,
que cuando estas afirmaciones se disipan para ser más vividas que
entendidas, es cuando podemos afirmar que Eso es Zen: la experiencia del Ser. Aquí es donde opino que sería más válido el término experienciar que el de experimentar.
Abrirse a la experiencia del Ser es el cambio más decisivo que puede
darse en la existencia. Supone tanto un viraje crucial como el comienzo de una transformación. La persona que haya caído en la cuenta de lo que supone ser su verdadero ser comprenderá que toda la naturaleza, incluida la de su propia mente y de su propio cuerpo, se halla impregnada por el Ser que la envuelve. Eso es Zen.

Meditación Bilbao