Lo otro de mí

Hay un tramo del camino donde se pone a prueba el mismo caminante. Un trecho estrecho, y escabroso, donde el camino deviene en Camino. Comienza allí un umbral que sólo puede atravesarse dando un salto a otro nivel. Extraño, sorprendente cambio de rasante donde el andar se torna en desandar. Quien hasta ese ramal llegara, deberá proseguir ligero de equipaje, mudar sus antiguos modos. Cambiar de vida. Inevitable pirueta para quien ve la imperiosa necesidad de liberarse de la esclerosis de las viejas maneras, e inaugurarse él mismo en tanto que Camino. Es en ese brocal donde el peregrino advierte de pies a cabeza, y no sin sufrimiento, una nueva apertura experimentada como promesa, y acepta con determinación firme los avatares de esa todavía misteriosa alternativa.

Son muchos los senderos y formas que abocan al Camino. Y no exentos de fracasos. Conocí en Deusto a un viejo profesor discípulo de Jung, que exigía en sus discípulos un extraño currículo: el que hubieran tenido experiencia de fracasos, como equivocarse de ruta, de guía, de profesión, de religión, de pareja, de trabajo, de maestro… El fracaso siempre es una admonición que exhorta hacia el

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Vivir, no desvivir

Eso que llamamos la realidad es una construcción ideológica, siendo así que lo realmente real es eso que sucede cuando nos desprendemos de esa entelequia programada; un desprendimiento más necesario ahora que la humanidad está atrapada en un modo, y una moda, de honda perversión, que ensalza la mentira como si fuera y la verdad y confunde salud con patología. Falacias interesadamente expandidas a diario por la mayoría de los medios de comunicación.

Nos enseñaron desde la fase preescolar a vivir para nuestro provecho (estudia, que para ti será) convirtiendo -o pervirtiendo- la casa de la humanidad en aciaga pocilga; y así, como brutos egotistas consideramos vivir en ese estercolero espiritual no sólo como si fuera el mejor de los mundos, sino como el único mundo posible, el que nos ha tocado vivir, el que nos ha dado Dios. El que y del que formamos parte. Un lenguaje nada inocente, por cierto.

Nuestra civilización políticamente democrática solo ejerce como tal una vez cada cuatro años en las urnas, cuando el poder administrativo decide “tirar de censo”, pues somos una sociedad censitaria. Hablo de una democracia entendida como mera organización, desde el papel del censo, no desde el espíritu participativo propio de seres maduros. Pero va siendo hora que llevados de la mayoría de edad que a estas alturas de la historia nos compete, cojamos las riendas de nuestra vida ampliando el margen de decisión, y de conciencia, amplificando los partidos, involucrando asociaciones intermedias, haciendo llegar nuestra voz continuamente y no cada cuatro años. Ello exige ya un nuevo liderazgo que supere el esquema de quien, en aras de la libertad, nos mantiene en minoría de edad, señalándonos lo que tenemos que hacer, para instaurar otro tipo de guía que, cual espejo, nos Seguir leyendo Vivir, no desvivir

El regalo

El regalo

Si Dios (y sus miles de posibilidades de decir quién es) hubiese decidido fuéramos energía, instante puro, luz originaria… que dicen tantos bella o superficialmente… no sería ésta nuestra historia, así, tal como hoy, tal como tú igual y diferente, todos. Quiso que nuestra vida fuera vivida con nombres, con Realidad, nombrándola, palpitando de vida por cada rincón y temblor de nuestro cuerpo.

Dios optó y nos regaló completamente ser humanos entre el juego, el baile, los grises, la luz, los posibles y los imposibles de la vida…

Dios, de todas las opciones posibles que son miles y más, decidió este Regalo de carne y hueso, oxígeno y agua, el ser más Seguir leyendo El regalo

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