Lo otro de mí

Hay un tramo del camino donde se pone a prueba el mismo caminante. Un trecho estrecho, y escabroso, donde el camino deviene en Camino. Comienza allí un umbral que sólo puede atravesarse dando un salto a otro nivel. Extraño, sorprendente cambio de rasante donde el andar se torna en desandar. Quien hasta ese ramal llegara, deberá proseguir ligero de equipaje, mudar sus antiguos modos. Cambiar de vida. Inevitable pirueta para quien ve la imperiosa necesidad de liberarse de la esclerosis de las viejas maneras, e inaugurarse él mismo en tanto que Camino. Es en ese brocal donde el peregrino advierte de pies a cabeza, y no sin sufrimiento, una nueva apertura experimentada como promesa, y acepta con determinación firme los avatares de esa todavía misteriosa alternativa.

Son muchos los senderos y formas que abocan al Camino. Y no exentos de fracasos. Conocí en Deusto a un viejo profesor discípulo de Jung, que exigía en sus discípulos un extraño currículo: el que hubieran tenido experiencia de fracasos, como equivocarse de ruta, de guía, de profesión, de religión, de pareja, de trabajo, de maestro… El fracaso siempre es una admonición que exhorta hacia el

incansable reencuentro con uno mismo, con el interior guía que alienta nuestro aliento, anhelo por elevarnos desde la rigidez de lo conocido hacia eso que los sabios llaman Dios, Atman, Ser Esencial…

Insalvable salto, si el caminante desea obviar la muerte. En el fondo, todo ser humano presto a la escucha, conoce, puede hacerlo, cómo somos pastoreados hacia el Fondo. Cada paso que damos es una invitación de lo Otro de nosotros a caer en la cuenta de la Vida que nos vive. Y no es asunto de fe o de creencia, sino de experiencia.

Juan Ramón lo vio muy claro en su poema “Yo no soy yo”.

YO NO SOY YO

Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pié cuando yo muera.

Somos respirados, palpitados habitados, aunque para comprobarlo sea preciso el previo sacrificio, en forma de constante don de uno mismo, que la nueva conciencia exige, una dejación de las petrificadas maneras que hasta un momento creímos inmortales (¡cuán fácil escribir-lo, cuán arduo re-vivir-lo!).

Lo innombrable es concebido, anhelado, como un Tú, lo Otro, lo Otro de mí que se da en el Encuentro de mi tú; de tú y yo; Tú y yo cristalizado en tuyo. La experiencia del ser “solo” es don y ternura. Un reto para una incivilizada civilización narcisista. Y, sobre todo, des-centrada.

Gravitamos hacia otro centro y, curiosamente, sólo lo sabemos cuando nos hemos descentrado. El caminante, en cada aquí y en cada ahora, puede darse cuenta de que tanto él como su mundo no son el centro alrededor del que gira el Universo. En cada aquí y en cada ahora se nos brinda alcanzar la otra orilla que está en el propio caminar.

En cada aquí y en cada ahora es posible el milagro de ver.

Es arduo –y liberador, sobre todo- el comprobar la Vida más allá de los contrarios; es duro –y liberador, sobre todo- el comprender que tan sólo unifico las dos orillas cuan entre ambas me he ahogado.

A vivir todo eso nos llama el Todo, que pone a prueba el caminar del caminante.

Un pensamiento en “Lo otro de mí”

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