Jesús

 

Nació como murió: desnudo, con las manos vacías, con la doble fragilidad de niño y pobre. Nació en un lugar que ningún padre hubiera querido para su hijo, un pesebre. Fue y sigue siendo un mensajero que no vino para interesarse por los pobres, sino para convertirse él mismo en uno de ellos, experimentando con ellos, y en propia carne viva, la impotencia de los ninguneados, la injusticia de los poderosos y la soberbia de los sacerdotes; todo a la vez. El Maestro de Nazareth, anunció un porvenir que no se abre, como se ha dicho, por su regreso majestuoso al final de los tiempos como un Pantocrator rebosante de gloria o prepotente mesías de los ejércitos, sino que ya ha llegado como el mesías de los pequeños olvidados que nos libera del miedo a la muerte al haber sido crucificado como un excomulgado, el que ahora vuelve a ser crucificado con los diariamente crucificados. Cada vez que una mujer es violada o asesinada, o que una familia entera es explotada por una multinacional, o aplastada por una gran empresa eléctrica; cada vez que un anciano o joven es desahuciado por la Banca se reproduce la tortura del galileo….
Hablo de un Jesús que nos legó su Espíritu, que en un lenguaje sin lengua te habla en tus adentros; el que nos ayuda a proseguir por y a través de su fragilidad indestructible y su despojamiento; un Jesús que resucita cada vez que ese destino infame es denunciado y vencido por los nuevos cristos y nuevas cristas que se juegan el tipo rescatando vidas el Mediterráneo, por las mujeres que dan la cara en el Sahara, o ante la explotación de la Naturaleza. Esas cristas que reflejan el Espíritu de la Vida, la vida que anuncia Jesús, la propiamente humana, la que posee un alcance infinitamente más grande que la vida biológica y traspasa toda religión.
Necesitrmos des-vaticanizar a un Jesús colonizado, inédito aún, desconocido, si de verdad queremos ver claramente quien fue y es. Siento que la peor manera de entender a Jesús y su enseñanza, sería querer ensalzarle en un trono, igual que se hacía ante las antiguas divinidades, o bajo un ostentoso palio, como la jerarquía católica española ensalzaba a un sanguinario general durante cuarenta años, y cuya tenebrosa sombra vuelve gobernar de nuevo.
Creo que millones de cristianos aún adoran al ídolo de un extraño Jesús triunfante sobre deslumbrantes atalayas plenas de majestad, bajo pedestales que evocan banderas victoriosas. Hablo de un falso dios que condena a los vencidos, ídolo que premia docilidades, arruina a disidentes y los envía al fuego eterno bajo órdenes, leyes e idearios llovidos de los extraños cielos de las conferencias episcopales o de los fundamentalismos religiosos y económicos; un dios temible con la impronta autoritaria emanada desde antiguo de los vengativos líderes Moisés, David o Josué; un dios de los ejércitos que castiga o premia bajo el modelo de la zanahoria y el palo, el castigo del infierno o el premio de los cielos.
Hablo de un todopoderoso dios que protege a sus belicosos pueblos elegidos, que provoca e invoca la sumisión, la minoría de edad, el infantilismo y dependencia servil. En definitiva, un dios que, en palabras de José Saramago “no es buena persona”.
El Padre de Jesús no era (ese) dios. Tal Dios murió con Jesús. Jesús era la antípoda del dios de las religiones. Del mismo modo que el sabio y valiente Maestro Eckhart clamaba en el siglo XIII “Dios, líbrame de Dios”, hoy podríamos también clamar, “Buddha, líbrame del Budismo», o Cristo, apártame del cristianismo”, porque a mi modo de ver y sentir, hoy el mundo necesita más Buddhas que budistas, más Cristos que cristianos.
Jesús no vino aquí para fundar religión alguna, sino para despertar la dormidera colectiva que crea ídolos externos sin percatarse de quiénes verdaderamente somos -el Reino de Dios «está en vosotros mismos»-, porque el Mesías de los pobres no llegó aquí para ser adorado en un florido altar, ni siquiera para que le imitáramos, sino para mostrar un camino de transformación liberadora; como tampoco vino para formar castas sacerdotales, ni organizaciones jerarquizadas, ni vino para que le imitáramos viviendo su vida sino para que viviéramos profundamente la nuestra. No fuimos, arrojados del paraíso – decía Franz Kafka- sólo por haber comido del árbol del conocimiento, sino también por no haber comido del árbol de la vida. A ver si despertamos de una jodida vez.
Ese es el sentido de la vida del Hijo del Hombre tierno y radical, Hijo de Dios (como puedes serlo tú) que se hizo humano despojado de sí mismo, Dios vaciado del poder de ser Dios, que asumió hasta la tortura la responsabilidad de ser humano hasta el final, sabiendo perdonar la ignorancia de los que le torturaban. Una ternura que es paciente y servicial, que todo lo excusa, que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo soporta, que no acaba nunca.
Se hizo Pan para ser troceado y repartido. El Maestro del amor, saltó diques y fronteras. Amó hasta el extremo, incluídos sus enemigos.
Un Dios que a la puerta de tus entrañas llama cada instante para sembrar en nuestros labios sus palabras, en nuestros cuerpos sus gestos, su ademán en nuestros rostros.
Para mirar el Mundo desde otra dimensión que llene de sentido al existir. Y renacer.

 

R.R.

 

Múisca:   Fix me, Jesus  – Bobby  McFerrin

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