Dejarle a Dios que sea.

 

Me enseñaron que jamás podría amar, ni ser, ni vivir en plenitud sin el valor de atravesar el ineludible desierto del desamparo. Lo sé. Y lo sé no como los sabe un sabiondo, sino porque puede saberlo cualquiera que, aun en medio de la desolación, aunque a pesar de ella, suelta no sin vigor el bagaje de su ego; y así, ligero de equipaje, sin otra vestimenta que su piel, permite a Dios ser Dios en él, y se deja arrastrar por el Soplo del Espíritu hacia Dios sabe dónde…
Dejarle a Dios que sea.
Abrirse a su escucha en el amoroso Silencio,
ese Dios que deja siempre una irreparable cicatriz.
La presencia de Ruáh, en el aire siendo aire.
Presencia como brisa ligera, como Viento…
Sí, esa honda Presencia,
que, sin dejarse ver, se manifiesta y se derrama;
y se hace cuerpo en todo cuerpo.
La que se deja oír cuando nada ya de mí se deje oír..
¡Ah, ese renacer,
ese recomenzar,
que, tierna y tercamente,
cobijan los finales…!
Rafa Redondo
¿Qué podrás tú arrebatarle,
Dama de la Guadaña,
a quien, vacío y desasido,
desnudo anda el camino
y sólo ansía ser Nadie?

Rafa Redondo

Múisca. Ludovico Einaudi

 

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