Circular de Epifanía: EL SUEÑO DE LA HUMANIDAD

Si algo me ha proporcionado la práctica meditativa del Zen es la posibilidad de saberme nadie. Una experiencia intensa y prolongada de rendirme, abandonarme, salir de los límites de mi falso yo construido durante el tiempo.

La experiencia de doblegarse a “lo que es” ha sido y sigue siendo para mí el mayor y mejor camino de liberación. Estoy hablando de una senda de fraternidad que, si bien la aprendí de los maestros orientales, puedo decir que mucho antes de que me iniciara en el camino del Zen, ya lo había visto –y no sin gran impacto- en el ejemplo vivo de Francisco de Asís. Un sendero que en el poverello pasaba por el rechazo del dinero, del poder y de los honores, y por la comunión con los más humildes y más pobres; sí,  un camino predicado por sabios bodhisattvas. El Bodhisattva es un término budista compuesto de bodhi («supremo conocimiento»), y sattva («ser»), que hace referencia a un ser embarcado en la búsqueda de la suprema iluminación, no sólo en beneficio propio, sino en el de todos, que compasivamente busca no sólo la salvación individual, sino la colectiva. El principio del ideal del Bodhisattva es uno de los más importantes principios del budismo.

Pero ese afán de bondad y compasión rebasa las fronteras asiáticas, pertenece al acervo de toda persona independientemente de su origen cristiano, ateo o budista; un derecho de nacimiento.

En mi caso, el sentido y la práctica compasiva tanto de Jesús de Nazareth o del Pobre de Asís, es algo que me ha marcado, es la impronta de mi vida; un contagioso y cercano modelo de ternura más propio y cercano a mi forma de ser occidental. Ellos han promovido en mi caso el reforzamiento de la práctica del “Zen Occidental”, y  que pueda hallar en ella el anhelo profundo de la Humanidad hecho fraternidad. Ellos, como nadie, me infectaron del sueño de ser libre, esa liberación que en el Zen se concreta en ver a las personas y las cosas de un modo ingenuo, distinto al modo de sentir habitual, con la inocencia fraterna y libre de quien, desde la sencillez de sólo ser, renuncia a los valores mercantiles de competitividad, abdica de apropiarse de prestigio, riqueza o cualquier modo de dominio sobre los demás; se abstiene de vivir en las antípodas de ver la vida desde el ángulo de los intereses comerciales, presentados tan inamovibles como la luz del sol.

Sólo así, desde la práctica del desasimiento,  se hace uno capaz de asombrarse del esplendor del mundo en sus realidades sencillas y cotidianas: la luz, el agua, el viento, el brincar de un gorrión, la mirada escrutadora de un bebé y un sinfín de acontecimientos ajenos a los telediarios, que, plenos de gratitud, los atisban con mayor facilidad los que se sienten forasteros de la servidumbre de la codicia y del poder.

Hablo de eventos que ya desde el amanecer hasta el ocaso nos invitan a que seamos capaces de que nos hinquemos de rodillas sobre la “hermana Tierra maternal”, cuyo hermoso rostro acogedor incluye tanto a la vida como a la muerte. Esa experiencia de amor fraternal se resiste a cualquier forma de jerarquías, escalas, escalones, escalafones, maestrías y organizaciones colectivas, por muy sagradas que se presenten, porque sólo allí donde la relación con nuestros semejantes se halla libre del espíritu de dominio y servidumbre, se hace visible el rostro de eso que llamamos Dios, Ser,  Atman, Vida… Y esa Vida establecerá su morada en la más profunda entraña de los que viven vaciados de sí mismos. La Vida, valga decir, tiene un afán de hacer una experiencia humana en nosotros.

El abandono de sí es condición para la fraternidad. Es el aliento (expiración, en za-zen) del Ser haciéndose cómplice con el movimiento de la Historia. ALGUIEN, sin nombre, nos arrastra hacia las afueras de los caminos trillados. Y lo hace desde el asfixiante sentido del competir hasta el aroma del renacer de la hospitalidad de los espíritus hacia todo lo creado. Estoy hablando de la quietud  de la contemplación, devenida en acción natural y sobre-natural, que libra todas las posibilidades de quien se hace disponible tanto al advenimiento de una sociedad nueva como hacia todas las dimensiones del Universo, donde las palabras solidaridad y fraternidad devienen en Unidad.

Vivimos momentos de esperanza, momentos de cambio hacia un marco fraternal revolucionario, inédito en la historia de las relaciones sociales que demandan ser diferentes a las conocidas. La democracia es inédita, ilesa, sin estrenar;  es una asignatura pendiente. Pero no hay liberación sin liberarse. Y se dará todo a la vez. La democracia que no implique la economía cambiándola de sentido es una falacia, como es otra falacia buscar la transformación sin transformarse. Hoy ya no se soporta el vivir esclavizados, fuera de planos de igualdad y fraternidad. En tiempos de Francisco ocurrió lo mismo frente al feudalismo, él amplió su conciencia y descubrió que el dios del evangelio había abandonado cualquier posición dominante, vio que no tenía sentido ni  cabida el vasallaje de reyes, señores, obispos y poderosos abades monacales; vio que lo sagrado y verdadero es ajeno y despojado de todo poder y seguridad. Jesús, como el más pobre y humilde de los desheredados de su tiempo nació y vivió sin techo y murió torturado por los bienpensantes, abandonado, degradado y desnudo entre ladrones. Francisco vio como el feudalismo dio paso al mercantilismo de las ciudades, donde brotó la cruel desigualdad entre ricos y pobres, como hasta hoy ocurre frente al dios Mercado dueño de la inmensa mayoría de nuestras conciencias.

Pero la práctica del verdadero Zen, que es práctica de desasimiento de toda forma de narcisismo y disponibilidad, nos lleva a la Buena Noticia de la Fraternidad Universal. Quizá tengamos que empezar desde cero, desde el  cero de la nada de saber ser Nadie, para reemprender una revolución espiritual en el seno de una sociedad hambrienta de cambio social, y sedienta de Ser.

Hay fuerzas muy vivas que, aunque los poderosos pretenden que sean silenciadas y abortadas antes de nacer, representan el sueño de la humanidad,  propician el cambio hacia una mayor conciencia de lo que es justicia y fraternidad. Estoy hablando de una nueva manera, prometedora e inquietante, de entender las relaciones humanas. Prometedora, en la medida que responde a la llamada de los hambrientos, inmigrantes y desahuciados; inquietante, en la medida en que hemos aprendido y asimilado durante décadas el miedo paralizante propagado precisamente  por los que más miedo tienen al cambio, banqueros, grandes empresarios que poseen los grandes medios de comunicación y no quieren perder sus privilegios. Los representantes de una economía que mata. Los que confunden silencio con silenciar y justicia con ajusticiar; los oficialmente buenos, que mataron y siguen matando a Jesús en los más débiles.

Pero la experiencia del Ser más allá de las religiones, nos hace tolerantes y firmes, ella puede incendiar la Tierra  de solidaridad y fraternidad. Ya lo ha empezado a hacer, aunque no se refleje en los periódicos. Es el sueño de los grandes sabios y sabias de todos los tiempos. Hora iam est de somno surgere . Ya es hora de despertar.

FELIZ EPIFANÍA

 

Fotografía de Damiao Santana: Hands of Maria Amelia

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