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Recuperar la risa

 

Una de las cosas que he aprendido del impacto del Espíritu en mi alma y en mi cuerpo, es el ejercicio del sentido del humor. La sonrisa.
Efectivamente, he conocido a solemnes guías espirituales, a engolados dirigentes políticos, como a eminentes representantes del saber teológico, que, pese al prestigio que les rodea, carecen del necesario humor, de la dulzura que de aquel se nutre, de la imprescindible distancia ante sí mismos que considero no sólo importante, sino apremiante, ejercitar para poder ponerse a salvo de sus propios sus egos; es más, intentan no sólo convencer, sino incluso forzar a los demás a pensar y sentir como ellos mismos sienten y piensan.
Estoy hablando de personas que padecen una suerte de despotismo de la virtud; seres humanos de destacada relevancia social que devienen auto-trascendentes, mesiánicos, narcisistas.
Refiriéndose a ellos, Ken Wilber, citando a Mencken, decía que: el mesianismo es la enfermedad nacional de los estadounidenses, tercera parte de los cuales parece consagrado a la misión de mejorar y elevar, aún en contra de sus deseos, a sus conciudadanos.
Por todo eso, urge recuperar la risa, o, al menos la sonrisa, aquella sonrisa que de la dulzura nace. Así te imagino yo, Jesús de Nazaret, hablando con los niños, los enfermos y los pobres.

Rafa Redondo

 

Música : Ashitaka and Sam – Joe Hisaishi

 

 

Y tú en mi más profundo adentro

 

Contemplas tus ojos cada día en el espejo. Y dices querer ver ahí tu fondo. No esta mal. Pero también puedes salir de tí y contemplarte en el espejo de los ojos de los desfavorecidos que te piden pan en las aceras de tus calles; quizás, siendo uno con ellos, veas mejor el Fondo que te atrae y que te habita.
Empujada por tu sed de Dios, o de Absoluto, o todo eso, marchas a India, a Brasil, Japón y a no sé dónde. Pero dime, ¿es que era y es necesario tanto trajín, tanto rodeo…?
Rafa Redondo
Puse fuera de mí la tienda de campaña,
y, anhelante de fachadas y apariencias,
por mis afueras te buscaba.
Perdí, muy exhausto, tus huellas.
Desesperé de ver tu rostro.
Hasta que el vendaval de las noches barrió la carpa,
el entoldado, toda la arboladura….
Volví a mí.
Y hallé tu antorcha delante de mi más hosca desnudez.
Y tú en mi más profundo adentro.
Rafa Redondo

 

 

 

 

 

 

 

“Perder el tiempo es, realmente, aprovechar la vida”

“Perder el tiempo es, realmente, aprovechar la vida”

Teresa Guardans dejó una dedicación que le encantaba, ser bibliotecaria, para dedicarse a otra pasión: el cuidado de la interioridad. Es miembro del Centro de Estudio de las Tradiciones de Sabiduría (CETR) de Barcelona.

Su reciente conferencia en el Foro de Espiritualidad de Zaragoza tenía como título: “Serlo todo: la transformación radical a que invita la mística universal”. ¿En qué consiste esa transformación?

Abrí mi presentación con la definición de Evelyn Underhill: “Mística es el arte de unión con la realidad” y ese arte nos transforma… Se trata de no vivir en una espiral siempre vuelta hacia nosotros mismos, sino darnos cuenta de que nuestras capacidades pueden girar en dos direcciones: una, un interés legítimo, personal sobre uno mismo, que nos permite sobrevivir, pero, sobre todo, un interés gratuito hacia la realidad y hacia los otros. Pero aprender a hacer ese giro exige una transformación de las capacidades que no ponga el límite en nosotros mismos, reformarlas, dice San Juan de la Cruz. Santa Teresa habla de “negociar” con las capacidades.

¿Hace falta ser místico para hacerlo?

Las personas espirituales que han vivido esa experiencia la definen como lo connatural del ser humano, es decir, ser humano con todas nuestras capacidades. Ser místico no es ser alguien especial, alguien que ve cosas raras.

¿Por qué es importante el silencio?

Primero hay que entender de qué silencio hablamos, porque no se trata de que no haya ruido ni palabras. El ruido que nos ofusca y no nos deja entender es tener el espacio interior lleno de nosotros mismos, en un monólogo permanente. Y eso no te deja atender ni entender la realidad, no te deja recibir noticia de lo que aquí hay y de lo que el otro es. De modo que silencio es bajar el volumen de uno mismo; no es “no palabras”, sino que nuestra mente no esté permanentemente hablándonos de nosotros mismos.

¿La realidad nos habla, entonces?

Claro que nos habla. La realidad se muestra si nosotros la atendemos y escuchamos. Lo importante es ATENDER, con mayúsculas: es esa actitud interesada y abierta, con los sentidos, con el corazón, con todo el ser. Pero si yo tengo los ojos y la mente velados, no me estoy enterando.

“Trabajar la interioridad es bajar el volumen del yo para que no ocupe todo el espacio y activar nuestra capacidad de atención”

¿Es esa una capacidad entonces que hay que desarrollar?

La atención sola no bastaría; una atención aguda en una persona egocentrada no llevaría muy lejos. Pero sí insisto en la necesidad de desarrollar la atención, porque es una facultad imprescindible para poder “ver” y, a día de hoy, la tenemos bastante atrofiada, porque no la necesitamos para sobrevivir. Cuando se vivía de la caza o inmersos en la naturaleza, los humanos tenían muy afinada esa capacidad de atender el menor ruido, olor, señal, etc. Nuestro sistema de vida conlleva el desarrollo de otras capacidades, como el atender a muchas cosas al mismo tiempo y la discriminación rápida, pero no la atención focalizada. La atención, como la memoria, si no se entrena, se atrofia y ese entreno ya no nos lo proporciona la vida cotidiana. Tenemos que tomar conciencia de eso, así como del papel que juega esa atención en los procesos de comprensión de la realidad.

¿Cómo se emprende ese camino?

Si hacemos caso de Santa Teresa, primero hay que entender lo que ganamos, realmente convencerte. Porque no se trata de fuerza de voluntad, sino de desear hacer ese trabajo contigo mismo para no quedarte viviendo en los márgenes de lo que podrías estar viviendo.

¿Habla de nuestras capacidades espirituales?

Hablo de que tenemos una hondura. Me refiero a notar que somos algo más que un bichito depredador y que nuestras capacidades de conocimiento gratuito son infinitas. Es valorar la existencia más allá de la mera necesidad. De modo que se trata de trabajar en dos direcciones: bajar el volumen del yo, para que no ocupe todo el espacio y activar nuestra capacidad de atención. Y eso se puede hacer de muchas maneras, según lo que le vaya a cada uno, desde sentarse a meditar a hacer montañismo. No hay una manera única. Se trata de ir tanteando, de ir ejercitándose en aquello que nos ayude a abrirnos más y más a la realidad, olvidándonos de ese personaje que busca éxitos, atención, reconocimiento…

“Las mujeres místicas son facilitadoras de procesos y generadoras de confianza”

El Congreso este año ha estado dedicado a “La aportación de la Mística femenina al cuidado de la vida”. ¿Hay una manera femenina de mirar el mundo, una sensibilidad femenina diferente en este proceso de escucha y silencio?

De hecho, en la medida en que en el proceso de silenciamiento se acalla el yo, se desdibuja también bastante la diferencia entre roles masculinos y femeninos. Porque esos roles tienen que ver, en gran parte, con la búsqueda de reconocimiento de hombres y mujeres. Pero, más allá del rol, queda la aportación de eso que llamamos “feminidad” o “masculinidad”. En este proceso encuentras a muchos hombres, el mismo Jesús, con una capacidad de acogida y de ternura muy “femeninas”. Pero, dicho esto, al estudiar a las mujeres místicas se aprecian algunas características comunes, como el hablar siempre como con alguien cercano. En parte por naturaleza, en parte por las condiciones sociales en las que escribieron, generan pocos discursos abstractos y se preocupan mucho más por lo práctico, por el “cómo hacer”. Las mujeres místicas son facilitadoras de procesos y generadoras de confianza: insisten en la capacidad que todos tenemos de vivir esa experiencia de hondura, en que no hay que ser especial, está en nuestras manos.

“El silencio te permite tocar el fondo de serenidad honda que somos cualquiera de nosotros”

“El cuidado de la vida no es solo hacer sino estar”, ha dicho…

Sí, porque para cuidar la vida, si se sabe medicina, biología, etc. se aporta mucho. Pero, ¿qué aporta el silencio? Aporta porque transforma tu relación con la realidad. Porque te permite tocar ese fondo de serenidad honda que somos cualquiera de nosotros, un nivel de paz y gozo que está debajo de nuestro ego, como la capa freática bajo nuestras histerias cotidianas. Nos ayuda a situarnos ahí. Y luego actuarás como maestra o abogada o lo que sea, pero desde ese nivel de paz, de amor sin límites. El ser actúa a su manera: una flor o una vela encendida no hacen nada, pero, entre estar o no, cambian totalmente el entorno, decía Nisargadatta. Esto no es una llamada a la inactividad. Es ver que un activista que trabaja el silencio hace su aportación desde esa paz honda y esa serenidad en el estar, en el escuchar, en el vivir, en el entender… Nacida de un interés sin límites por todo y por todos.

¿Cómo mantener la capacidad para dejarnos maravillar por la realidad?

Dándonos tiempo. Si pasas corriendo por los sitios es imposible que algo te sorprenda. Hay que dejar tiempo, no llenarnos de actividades, diciendo: “Haré esto y aquello”… “Perder el tiempo” es realmente aprovechar la vida. Déjale tiempo a la vida. Y, junto a eso, alimentar nuestra capacidad de curiosidad. En You Tube puedes ver la felicidad de una niña que ve la lluvia por primera vez y es increíble. Pero Albert Schweitzer, a sus noventa años, continuaba maravillándose del “irresoluble misterio” de una gota de lluvia. Dejemos que lo que sabemos nos penetre. No nos conformemos con cuatro datos. Convirtamos todos esos conocimientos en objeto de meditación para ver la realidad con ojos no cotidianos, dejando que nuestra sensibilidad aprecie la maravilla que tenemos delante. Lo que sabemos de las galaxias, por ejemplo, es de vértigo, puede ayudarnos a dejarnos maravillar en la observación de lo que vemos… ¡si nos damos tiempo! Perder el tiempo, vuelvo a decir, es ganar la vida.

 

 

Teresa Guardans: «El conocimiento silencioso y la no dualidad»