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AUDIOTECA IPARHAIZEA

Transparentar el Ser

Nacimos para donar lo que en cada momento nos es dado, Aquello que, como don, nos habita. Dürckheim hablaba de “transparentar el Ser”, los cristianos, de “evangelizar”. Pensado bien qué bulle en el significado del fondo sin nombre que suena en esos verbos, todos enuncian una buena noticia para el ser humano: “oye, mira, tú también eres amado hasta el extremo”. Te digo más: cuando lo digas o lo anuncies, obsérvate si lo sientes de verdad, si tú eres lo que dices. Que quien “escuche la voz de tus ojos” caiga en la cuenta de que cuando hablas lo haces desde ti, no desde lo aprendido; que quien “escuche la voz de tus manos” y el lenguaje de tu cuerpo, sienta y descubra (eso, que des-cubra) que hay en él algo de salvación y de liberación, algo más noble y grande de lo que él pensaba, una nueva conciencia de sí mismo, tan vasta y profunda como el Cosmos. Y se le revelará la Paz.

 

R.R.

 

Abbá, sé que esperas de nosotros esa apertura de corazón que te permita vivir tu vida en la interioridad de cada ser viviente, y que en la medida en que me ahueco y me hago a un lado, en idéntica medida Tú te vas revelando como incesante amanecer. También del mismo modo sé y siento que Tú, Padre, sólo te haces Epifanía al mismo ritmo en que yo me voy horadando, transformando en lo que en el Fondo de mi ser soy. Porque tu ser, el ser de Dios, es eso: dar, donar, abrazar.. ya que en caso contrario no serías el Dios de Jesús.
Así vivo yo -bueno, más bien intento vivir- el mensaje compasivo del Maestro Galileo, suprema expresión de tu cercanía paterno-maternal. Tan íntimo y cercano eres, Abbá, que entregaste tu Espíritu al ser humano para que este transformara su corazón de piedra en tu carnal morada.
Yo te recibo, Espíritu, como un nacimiento inagotable, como el manantial de una una Buena Nueva que incesantemente bruta y rebrota a borbotones.
Yo te recibo, Santo Espíritu, que permitiste que en las angustiosas horas de penumbra, sintiera diáfanamente en mi cuerpo enfermo la Presencia Activa de tu Soplo, fuente de toda curación, chorro de agua limpia que lava y acaricia sin cesar.
Sí, y tan diáfanamente… porque no es el humo el que calienta, sino el fuego. El fuego de tu amor, Aita querido.
Tu cuerpo, con sus venas
repletas de existencia,
trasparece a sí mismo, Tierra de los vivos,
Tierra abierta al arado del Ser,
hecha surco, hecha ofrenda…
R.R.

 

Música:   Hauser – Adagio Albinoni

 

«Creedme yo he vencido al mundo»

Viajar al fin del mundo,
para hallar el abrazo,
de quien jamás dejó de hacerlo
desde antes de que yo naciera…
R.R.
En Getsemaní, le fue dado a conocer, como a tantos otros, que quien atraviesa sus horas oscuras con la Fuerza -que en cada instante nos es donada- de saber permanecer en soledad, puede ayudar a los demás a exclamar: «creedme yo he vencido al mundo». Una lección a nuestro alcance.
«Atribulados en todo, mas no aplastados;
perplejos mas no desesperados;
perseguidos más no abandonados;
derribados mas no aniquilados.
Como desconocidos, aunque bien conocidos;
como quienes están condenados a la muerte, pero vivos;
como tristes, pero siempre alegres;
como pobres, aunque enriquecemos a muchos;
como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos»
(2 Cor 4.8-9; 6.9-10).
R.R.
¡Pero cuán lejos tengo tengo que ir para encontrarte a Tí, a quien ya he llegado!
Escuchaste el grito de mi latido, pero eras Tú, Abbá, quien en mi latir gritaba…
R.R.

 

Múisca:  Ludovico Einaudi