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Des-aparecer, sin dejar huella

Sólo del gran Silencio puede germinar nuestra capacidad de dejarnos deslumbrar ante los mínimos gestos en que se expresa la Vida; también de detenerse ante la experiencia, siempre nueva, del Ser, para, curiosamente, asombrarse del propio asombro, abriendo los ojos como los abre un niño: despertando a la inocencia que brota del Origen.
Meditar es soltarse, rendirse, desprenderse; es des-aparecer, sin apenas dejar huella, mientras nuestro pequeño personaje arde en el fuego de la Luz.
El mundo duerme sumergido en su noche; parece no añorar la estrella que en cada instante le interpela, y vive –eso al menos dice- en paz.
Mientras, en hondas soledades, da la espalda a esa falsa paz, el que esto escribe durante cuarenta años de exilio escarbaba, incansable, en los límites del tiempo, en las heladoras fauces de una dura ausencia, con el afán de lograr un tenue vestigio de un demiurgo de luz, o, cuando menos, las cenizas de sus pisadas. Mientras permanecía quieto, sumergido, contigo, en tu abismal silencio; en un extraña frontera donde no cabe ni el antes ni el después, tan sólo una pre-sentida ternura inteligente ajena a horarios y puntos cardinales.
Pero he aquí que, tras las horas de luz, en un duro vaivén resurgía entre ambos la bruma de una muralla intrusa que recordaba que aún éramos dos. No se extinguían, pues, las sombras de la nostalgia. Confieso que me estorban las palabras al decir esto.
Regresaba, sí –pues de una regresión se trataba-, continuamente del Vacío y descendía en picado a la palabra y la memoria. Y, así, desasistido, temblaba todo el cuerpo en una honda zozobra, oscilando entre enormes sacudidas y recesos; basculando de la presencia a la ausencia. La mente –la veo después del temporal- hecha nostalgia. Y el cuerpo – lo veo ahora –insisto-, hecho rebelión y asfixiado por la ansiedad del pensamiento.
Ah, ese ir y volver…
Quizá, decía – sin duda, digo ahora- la meditación rompa un día esa desesperante fluctuación.
Y viví esa liberadora ruptura. La meditación es la realidad, porque la realidad es eso, lo real: un lugar sin lugar donde siempre estuve, donde vivo sin jamás haber vivido. Llega un momento sin momento en que cuando te quitas de en medio Eso llega. Cuando te despojas y depones…se disipa la niebla. No falla. La experiencia del Ser es certera.
Y me fue dado saber
que tú no eres un tú.
Que tú no existes. Que, simplemente, eres.
Como me fue dado sentir
que siempre fui Vacío.
Y de esa Ausencia despuntó
El magnificat de tu Presencia.
Magníficat anima mea in Domino….

Rafa Redondo

Música:  Caravanserai – Loreena McKennit

 

 

 

 

Tú, alegría de mi juventud

Buscaba yo a tientas dónde poder posar mis brazos para remar junto a los tuyos, e igual que lo hacías Tú: contracorriente.
Al mirarme y verme sin poder nadar, «se revolvieron mis entrañas» – me dijiste-. Me regalaste tus brazos para siempre. Tu paciente sedal de pescador suplió mis fuerzas allá en el vaivén nocturno del Mar de Tiberíades. Me sigue acompañando, y aún tira de mí hacia tu orilla. Lo sé.
En los desvanes de mis noches, ahora clarososcuras, aún recuerdo entre la niebla, el imborrable fulgor de tu mirada clavada en mis pupilas.
Clareaba el Alba.
Y sigue clareando,
aunque es de noche.
Rafa Redondo
Tú, alegría de mi juventud,
Roca de mi existencia…
Rafa Redondo

 

Múisca:  The Spirit Song – A Nordic Lullaby

 

 

 

“Dios, líbrame de Dios”

Siento que la peor manera de entender a Jesús y su enseñanza, sería querer ensalzarle en un trono, igual que se hacía ante las antiguas divinidades, o bajo un ostentoso palio, como la Jerarquía católica ensalzaba a un sanguinario general durante cuarenta años. Y creo que millones de cristianos aún adoran a un extraño Jesús triunfante sobre deslumbrantes atalayas plenas de majestad, bajo pedestales que evocan banderas victoriosas. Hablo de un falso dios que condena a los vencidos, premia docilidades, arruina a disidentes y los envía al fuego eterno bajo órdenes, leyes e idearios llovidos de los cielos vaticanos; un dios con la impronta autoritaria emanada desde antiguo de los vengativos líderes Moisés, David o Josué; un dios temible, que castiga o premia bajo el modelo de la zanahoria y el palo, el castigo del infierno o el premio de los cielos.
Hablo de un todopoderoso dios que protege a a sus belicosos pueblos elegidos, que provoca e invoca la sumisión, la minoría de edad, el infantilismo y dependencia servil. En definitiva, un dios que, en palabras de José Saramago “no es buena persona”.
El Padre de Jesús no era (ese) dios. Dios murió con Jesús. Jesús era la antípoda del dios de las religiones. Del mismo modo que el sabio y valiente Maestro Eckhart clamaba “Dios, líbrame de Dios”, hoy podríamos también clamar, Buddha, líbrame del Budismo, y Cristo, apártame del cristianismo”, porque a mi modo de ver y sentir, hoy el mundo necesita más a Buddha que a los budistas, y a Cristo más que a los cristianos.
Jesús no vino aquí para fundar religión alguna, sino para despertar la dormidera colectiva que crea ídolos externos sin percatarse de quiénes verdaderamente somos -el Reino de Dios «está en vosotros mismos»-, porque el Mesías de los pobres no llegó aquí para ser adorado en una peana, sino para mostrar un camino de transformación liberadora; como tampoco vino para formar castas sacerdotales, ni organizaciones jerarquizadas, ni vino para que le imitáramos viviendo su vida sino para que viviéramos profundamente la nuestra. No fuimos, arrojados del paraíso – decía Franz Kafka- sólo por haber comido del árbol del conocimiento, sino también por no haber comido del árbol de la vida. A ver si despertamos de una puñetera vez. Ese es el sentido de la vida del Hijo del Hombre tierno y radical, Hijo del Dios (como puedes serlo tú) se hizo hombre despojado de sí mismo, Dios vaciado del poder de ser Dios, que asumió hasta la cruz la responsabilidad de ser hombre hasta el final, sabiendo perdonar la ignorancia de los que le torturan. Una ternura que es paciente y servicial, que todo lo excusa, que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo soporta, que no acaba nunca.
Un Dios que a la puerta de tus entrañas llama para – como dice Hugo Mújica – dejar en nuestras bocas sus palabras, en nuestras manos sus gestos y en nuestro rostro sus rasgos. Déjale nacer en ti. Pero ya mismo.

 

Música:  María Lopez-Gallego – Three Kings