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El Zen de la ternura

Sesshin con Rafa Redondo y Pedro Vidal.

Berriz. Noviembre 2013.

Tratar de escribir lo vivido en este Sesshin es como preguntarle al viento qué es lo que ha hecho el fin de semana: te soplaría en la cara, como toda respuesta. Y así me veo a la hora de tratar de contar lo que sea que haya sido.

Dos gigantes de metro setenta han parado a descansar a la vez en el Barnezabal de Berriz, fonda privilegiada del Camino. Dos gigantes, sí, porque cuando alguien se vuelve transparente, se hace montaña, se hace océano, se hace pradera, se hace viento, se hace infinito. Y al transparentarse, te permite ver a su través, y aunque no sepas expresarlo, tu alma reconoce la transparencia, y en ella se regocija. Y lo festeja. Con licor de lágrimas o licor de risa. ¿Qué más da?. Un brindis es un brindis.

Así que ahí va mi copa levantada. ¡Salud!:

Madrugada de primeros de noviembre. Desde el mismo centro de la Tierra entra en mi vientre el soplo de la Gran Madre, acariciando las heridas, esas viejas conocidas a las que gusta disfrazarse de puerta cerrada. A fuerza de empujar hacia abajo, les han ido volando los  ropajes apolillados, hasta mostrarlas como son, costras sobre la piel trémula de un pequeño asustado, enrojecida por los torpes bastonazos del guardián que, en la oscuridad de la noche, venía confundiendo al niño perdido con un malhechor. Y ya desnudo y a la vista el pequeño, con sus heridas al aire, comienza su piel a brillar con el primer albor del amanecer, y las ventanas del pueblo comienzan a abrirse. Y no una, sino todas las madres, se dan cuenta de lo que pasa, y de todas partes salen como una sola  a sostenerle en sus brazos. El cálido aliento de todas a una, acoge a la criatura en su seno y lo va meciendo, explicándole en mil ininteligibles lenguas que siempre Seguir leyendo El Zen de la ternura

Emociones y meditación

En la meditación Zen, sostenemos nuestra atención en la respiración Hara. Se trata de ir despertando la sensibilidad de esa zona (interior del abdomen, 3-4 dedos por debajo del ombligo), sintiendo cómo si la respiración se localizara allí. Nuestras atención debe estar focalizada en dicho lugar, desarrollando la capacidad de observar lo que ocurre sin intervenir con nuestro pensamiento.

Meditas, y aunque no sea fácil, sabes cómo lidiar con los pensamientos, para que no distraigan tu atención sostenida en la respiración. Rafa Redondo lo ha sugerido en multitud de ocasiones. En la inspiración, los llevas al hara, y desde allí, en la espiración, los guías suavemente, incluso con ternura, a través del kikai-tanden (interior del abdomen, cinturón lumbo-abdominal, caderas, piernas), dejando que atraviesen las plantas de los pies y se diluyan en la tierra. Una y otra vez, sin ningún tipo de enfado o rechazo al pensamiento que surge (ya que es tan hijo tuyo como el silencio, y sin uno, no conocerías al otro). Lo llevas con suavidad, como la foca empuja amorosamente a su cachorro hacia el agua, en su primera zambullida. Sabiendo como sólo una madre sabe, que tras el miedo inicial a soltar la tierra conocida, no hay abismo mortal, sino la puerta de una nueva vida, fresca y fluida. Y cuánto más árida es la sentada, cuántas más veces te sorprendes divagando en pensamientos, mejor es la meditación, porque más veces practicas el ejercicio de volver a la respiración. Si te enfadas porque te sigues dejando llevar por el pensamiento, sigues esclavo de él. Trátalo con ternura, “acompáñale a la puerta”, con amabilidad, y deja que, simplemente, sin intervención por tu parte, ocurra la respiración y el pensamiento se diluya en ella. Déjate respirar.

Mascaras y teatroEso lo sabes, pero la cosa se complica cuando es una emoción la que perturba tu abismamiento. Porque la emoción se enreda con el pensamiento, y a esa sensación en el cuerpo (nudo en el estómago, sudor frío, debilidad en las piernas, presión en el corazón, carne de gallina, apretar de mandíbulas, tensión en Seguir leyendo Emociones y meditación

Sentado en el parque

Sentado en el parque,
oigo a ese mirlo cantar.
Pienso: «un mirlo»,
y ya he dejado de escuchar.

Las ramas de los árboles
se mecen al viento.
Pienso: «me saludan»,
y ya no recibo el saludar.

Dos perrillos juegan,
son la viva estampa
de la alegría sin más.
Pienso: «Alegría»,
y Ella se va.

El camino se abre ante mí,
mientras Seguir leyendo Sentado en el parque