Tras las penumbras algo ofrece asilo mientras hiere.
Algo fulge, entonces, en la misma guarida de la oquedad herida
que ese Algo produce.
La luz de amanecida
acaricia la umbría excedente de la noche,
se eleva hacia las simas.
Enorme es La Fuente cuando el ser de la existencia se deja regar por lágrimas sin más causa que el don de agradecer.
Mientras, los brazos, consagrados como Mundo, sé que se elevarán solos, penetrando el éter de la aurora, haciendo aparición lo que jamás a primera vista estuvo. Pues, no sin dolor constaté al brotar del alba que ésta sólo se digna mostrar su verdadero rostro a quien, sin más lumbre que sus latidos, se atreve atravesar la noche.
Por eso, armado de la herramienta humildad –no de la virtuosa, sino de la necesaria-, puedo afirmar cuán dócil a su reclamo misterioso la luz amaneció en la quietud de mis escombros, hasta sentir su tacto en la muerte de la muerte.
Yo, tu instrumento…
y qué dolor mientras afinas mis frágiles cuerdas…
aunque luego,
al abrir las ventanas quedo asombrado de la música
que al corazón del mundo alcanza.
R.R.
Música: Karl Jenkins-Adiemus